“El Señor omnipotente es mi fuerza, da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas” (Habacuc 3:19).
Lectura: Hab. 3:16-19.
Lo que hemos ido viendo es que el diálogo entre el hombre y su Dios va cambiando la manera de pensar del profeta. Cuando el libro se abre notamos que Habacuc había estado orando durante mucho tiempo acerca de la realidad espiritual del pueblo de Dios. Finalmente, ya no puede más y pregunta por qué Dios tolera tanto pecado en su pueblo. Y Dios le contesta. Esta es la relación que él sostenía con el Señor. Él hablaba con Dios y Dios hablaba con él. Las respuestas no eran inmediatas, pero llegaban. No eran lo que el profeta quería oír, pero las aceptaba. No podía comprender el camino que Dios había escogido para llegar a Israel y salvar un remanente, y se lo preguntaba. Dios le explicó cómo él personalmente debía enfrentar lo que se avecinaba: por fe; y el profeta lo comprendió. Sabía que Dios no es injusto, aunque pareciera que sí, así que, le preguntó, y Dios le contestó que después, cuando Dios hubiera terminado, haría justicia. Habacuc ya ha visto el cuadro completo. ¿Ahora qué tiene que hacer? Prepararse para lo que va a venir. Decide que nada va a dañar su relación con Dios y pone toda su confianza en Él. Confía en que Dios lo capacitará para pasar por el sufrimiento tan grande que le caerá encima y que lo va a superar por la gracia de Dios.
En este diálogo entre el hombre y Dios, hay quejas de parte del hombre y hay revelaciones de parte de Dios. Hay perplejidad de parte del hombre y explicaciones de parte de Dios. Hay instrucciones de parte de Dios para orientar a su siervo y prepararlo para que viva por fe y vaya recibiendo fuerza para subir sus montañas. El hombre se doblega ante la voluntad de Dios, se prepara emocional y espiritualmente para lo que vendrá, y decide vivir por fe, con gozo en el Señor, dependiendo de la ayuda de Dios para superar el sufrimiento que seguramente vendrá.
La relación entre el hombre de fe y Dios es directa, franca, honesta, correcta y respetuosa. Dios busca su comunión. Le revela lo que va a pasar. Le muestra su justicia y cómo ha de afrontar el futuro. Dios se compromete con Él para afrontarlo.
Lo que vemos al final del libro de Habacuc es hermoso. El profeta confirma que vivirá en el gozo de Dios: “Aun así, yo me regocijaré en el Señor; ¡me alegraré en Dios, mi libertador” (3:18). Declara que Dios es su fuerza, y sabe que lo va a capacitar para caminar por las alturas, donde es imposible que el hombre ande y hay mucho peligro de caer y estrellarse, pero no caerá, porque Dios es el que lo hace andar: “El Señor omnipotente es mi fuerza, da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas” (3:19). Dejamos al profeta aceptando la voluntad de Dios, comprendiendo su plan, gozoso en el Señor, y dependiendo enteramente de su Dios. Es un buen lugar para nosotros también, en nuestras dificultades, gozosos en Dios y dependientes de Él, cantando al escalar el precipicio, sin mirar abajo, con los ojos puestos en el Señor, de donde vendrá nuestro socorro. Así sea.
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