UN HOMBRE Y SU DIOS (1)

“¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves?” Habacuc 1:2, NVI).
 
Lectura: Habacuc 1:1-4.
 
            Estamos escuchando la oración de un hombre que sufre; teme a Dios y no comprende por qué el Señor no interviene para establecer justicia en el pueblo que lleva Su Nombre. El equivalente sería nosotros intercediendo por los males que vemos ahora en la Iglesia de Dios. Claman al cielo. ¿Por qué los permite Dios? Su Nombre está en juego. La Iglesia no está viviendo el Evangelio. Clamamos y pedimos un avivamiento. En el caso del profeta la respuesta es que Dios va a castigar a su pueblo por su pecado. Ha encargado a su siervo Nabucodonosor que venga con su ejército para destruir a Jerusalén. El Señor también ha oído nuestro clamor. Nos contesta y manda el Coronavirus y vemos a la iglesia más débil e ineficaz que nunca. ¿Qué clase de respuesta es esta? Algunas iglesias se han cerrado y otras tienen mucho menos asistencia.
 
            El profeta no entiende cómo esta puede ser la respuesta: “Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento. ¿Por qué entonces toleras a los traidores? ¿Por qué guardas silencio mientras los impíos se tragan a los justos?”  (1:13). Protesta: “¡Esta solución es injusta!” No está de acuerdo con tu forma de ser. Nosotros también reaccionamos de la misma manera: “¡El remedio es peor que la enfermedad! No puede ser”.
 
            Delante de la incógnita, el profeta decide esperar una aclaración de parte de Dios: “Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo” (2:1). De nuestra parte también deberíamos estar alertas y esperar una explicación de parte de Dios. Hemos de orar y velar. Esto es lo que el profeta está haciendo. Ha orado, ahora vela.
 
            El Señor le reafirma que efectivamente, esto es lo que va a pasar. Babilonia vendrá a destruir a Jerusalén: “Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta vendrá” (2:3); pero en medio de todo esto que te parece tan terrible, lo que tú has de hacer es vivir por fe: “El justo vivirá por su fe” (2:4). Lo mismo es lo que el Señor nos está diciendo a nosotros en nuestro contexto. Vemos la iglesia en su debilidad, la maldad en la sociedad que nos rodea va en aumento. Lo que nosotros quisiéremos ver es un freno puesto en la maldad y la iglesia prosperando. En lugar de ello, lo que vemos es lo opuesto. ¿O no? No nos cuadra. ¿Cómo lo puede permitir Dios? Cuando no entendemos la acción, o la inacción, de Dios, cuando parece que tolera el mal, cuando su plan parece injusto y no encaja con nuestra comprensión de los caminos del Señor, debemos tener paciencia y vivir por fe con la seguridad de que Dios es soberano y tiene control de todo. Finalmente, su justicia prevalecerá y veremos cómo, “en cuanto a Dios, su camino es perfecto” (Salmo 18:30).        
 

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