EPIFANÍA

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:1, 2).
 
Lectura: Mateo 2: 9-11.
 
La tierra ostenta muchas ciudades nobles; Belén, tú las sobrepasas a todas:
Desde ti procedió el Señor del cielo con la finalidad de gobernar a su Israel.
 
Más gloriosa que el sol de la mañana fue la estrella que anunció su nacimiento;
Al mundo su Dios proclamando, Dios, visto en forma de carne aquí en la tierra.
 
Sabios del oriente se presentaron ante su cuna con dádivas valiosas y singulares;
Ved cómo le obsequian, en ferviente devoción, oro, incienso y mirra.
 
Sagrados regalos de significado místico: el incienso revela su divinidad,
El oro proclama que Él es Rey de reyes, y la mirra profetiza su sepultura.
 
Jesús, a quien los gentiles adoraron en su feliz epifanía,
A ti, con Dios el Padre y al Espíritu Santo, sea la gloria.  
 
Aurelius Clemens Prudentius, 384-413
 
            Los creyentes del siglo IV creían el mismo evangelio que nosotros. Sentimos admiración por su comprensión de las Escrituras y comunión con ellos al leer la letra de este himno que cantaban. En este cántico tan antiguo vemos que ellos creían que Jesús había venido del cielo a este mundo para gobernar a su Israel, pero para alcanzar este destino le fue necesario la cruz. Ellos le reconocían como Salvador tanto de judíos como de gentiles y creían que el Israel que Él iba a gobernar sería compuesto por ambos. Eran conscientes del significado de los presentes que ofrecieron los magos; entendían que ellos revelaban que el bebé en el pesebre era Dios encarnado en cuerpo humano; que Él es el auténtico pretendiente del trono de su padre David, y que el camino al trono había de pasar por la cruz. Comprendieron que el reinar sobre el Israel de sus tiempos no habría salvado a la humanidad, que esta salvación solo se podía efectuar en la Cruz, porque lo que esclavizaba al hombre no era Roma, sino el pecado que ellos mismos llevaban dentro. Y finalmente reconocían que nuestra respuesta adecuada delante de su Persona es la de rendirle adoración como nuestro Dios y Salvador, en términos iguales con Dios y Padre y el Espíritu Santo. Esta es la fe cristiana, “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3)Siempre lo ha sido, desde sus inicios, y siempre lo será. 

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