“He aquí, éste está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34, 35).
Lectura: Lucas 2:33-35.
Tenemos el mismo contraste entre la mujer del pozo y el hombre del estanque. Jesús se mostró amable a la mujer samaritana y le explicó cómo podía tener satisfacción y plenitud en la vida por medio del Espíritu Santo. Se reveló a ella como el Mesías. Ella respondió con fe en Jesús y evangelizó a todo su pueblo. Mostró tener un corazón honesto que buscaba a Dios, que quería adorarlo como es debido. Cuando Jesús la confrontó con su pecado, ella reconoció que era verdad. En cambio, el paralítico de Betesda no quería reconocer su pecado. Jesús lo sanó milagrosamente. Después lo encontró en el templo, se reveló a él y le advirtió que no pecara más. La reacción que correspondía en estos momentos era tomar a pecho la advertencia, postrarse a los pies de Jesús y darle las gracias, pero se ve que no le gustó que Jesús le dijese esto, porque el hombre respondió avisando a los enemigos de Jesús de que era Él quien le había mandado llevar su lecho en el día de reposo. ¡Lo traicionó! Puesto a elegir entre Jesús y los fariseos, el hombre eligió a los fariseos y traicionó a Jesús. “Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle” (Juan 5:16). Los pensamientos del corazón de este hombre fueron revelados. Era un hombre religioso, pero no espiritual. No amaba a Dios, no mostró gratitud a Jesús, y volvió a pecar.
La gente da a conocer sus corazones en relación con Jesús. Los pensamientos del corazón de Judas giraban alrededor del dinero. Valoraba más el dinero que la amistad con Jesús. Su corazón no lo amaba. Se ve que pensamos con el corazón, porque no era su mente la que no creía que Jesús era el Mesías, sino su corazón. El suyo era un corazón incrédulo.
Cuando nosotros nos entregamos a la gente y la servimos, su respuesta ante nosotros delatará la condición de su corazón. Es muy duro atender a una persona y ser despreciada por ella. La ingratitud es dolorosa de soportar. Es difícil mantener la relación con alguien que recibe, recibe y recibe y no da nada a cambio, ni siquiera las gracias. Y es muy difícil llevarlo cuando hemos invertido horas y horas en una persona para ayudarla y luego da media vuelta y traiciona nuestra confianza. Y si se convierte en nuestra enemiga y procura dañar a nuestra familia, nos pone a prueba. ¿Vamos a seguir amándola? Si respondemos con amor, entonces delatará cómo es la condición de nuestro corazón, que realmente amamos al Señor. Si recibimos a una persona necesitada en casa como parte de la familia y ella nos paga con ingratitud y abandono, y si no decidimos que ya no lo haremos nunca más, sino que seguiremos entregándonos a los que lo necesitan, llegamos a comprender más al Señor Jesús y vamos siendo más como Él. El Señor se sorprendió frente a la falta de gratitud de los nueve leprosos, pero agradeció el amor derramado a sus pies por la mujer penitente. Los hay que responden bien, y por ellos vale la pena continuar siendo como Jesús.
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