“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap. 12:11, 12).
Lectura: Ap. 12:9-13.
La batalla en la que estamos envueltos es de proporciones cósmicas. Si no te das cuenta de su intensidad, es porque vives en otra dimensión, enredado en las cosas de este mundo, o porque no reconoces los caminos del enemigo, o porque ya has sucumbido. Pide a Dios que te haga ver lo que hay detrás de todo lo que ocurre en este mundo, y lo que está en juego.
Los vencedores han vencido por medio de la sangre del Cordero. ¿Por qué pone “Cordero” y no “Cristo?” Porque cuando hablamos del “Cordero” estamos refiriéndonos a la muerte sacrificial de Cristo en el altar de Dios para nuestra redención. Lo que de Cristo nos salva es su sangre, no su vida perfecta, ni su enseñanza, ni su sufrimiento, ni su gran amor y compasión, sino su sangre. Por mucho que nos amase, si no hubiese derramado su sangre en la cruz del Calvario, no habría salvación para nosotros, solo condenación. Él pagó el precio de nuestra redención, no con oro o plata, sino con sangre. Y el valor de esta sangre es infinito porque es la sangre del Hijo de Dios. Por eso basta para redimir al mundo entero. Los vencedores han lavado sus vidas de pecado en la sangre del Cordero y están limpios delante de Dios y, por lo tanto, el adversario no los puede acusar delante de Dios para que los condene, porque Cristo los ha justificado. Por lo tanto, el diablo no puede conseguir nuestra condenación, que es lo que quiere; lo máximo que puede hacer es matarnos.
Esto nos lleva al segundo punto. Hemos vencido por la sangre del Cordero, y la renuncia de nuestras vidas. Estamos dispuestos a ser matados por amor a Cristo, si hace falta. Por lo tanto, ni esta arma nos puede hacer volver atrás. Si vivimos, es para Cristo, y si morimos, es para Él. Para nosotros la muerte es solo la manera de entrar en la presencia de Dios para siempre. La tortura es la peor arma de Satanás, y la está empleando con muchos de nuestros hermanos en otros países, pero ellos están resistiendo por amor a Cristo.
La tercera cosa que nos concede la victoria es “la palabra del testimonio de ellos”, es decir, su predicación del Evangelio. Creemos el Evangelio, vivimos el Evangelio y predicamos el Evangelio. Sabemos que es verdad porque ha transformado nuestras vidas y lo proclamamos con gozo cada vez que tenemos la oportunidad de hacerlo. Estamos activamente promocionando el Evangelio de boca y con la vida. Esto es justamente lo que el diablo no quiere. La victoria es persistir a pesar de todos los obstáculos e inconvenientes.
En conclusión, el enemigo no nos puede acusar de pecado. Estamos viviendo para Cristo y estamos despuestos a morir por Él. Nunca dejaremos de predicar el Evangelio, no importa lo que nos pase. Por consiguiente, hemos vencido al maligno.
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