EL ESPÍRITU SANTO EN LA EVANGELIZACIÓN

“Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová” (Ez. 37:4).

Lectura: Ez. 37:4-8.

En la evangelización estas dos cosas hacen falta:

  1. Predicar la Palabra
  2. Pedir al Espíritu Santo que venga

La mano del Señor estaba sobre el profeta Ezequiel y le transportó a un campo de huesos secos. Estos huesos eran de personas que llevaban tiempo muertos. No había ningún cadáver entero en aquel campo. Los huesos estaban esparcidos sobre todo el campo, mezclados y separados. Como todos estaban en un mismo campo nos da a pensar que pertenecían a un ejército que había sido derrotado y que todos habían muerto en el campo de batalla. El Señor lo paseó por el campo y preguntó a su siervo si estos huesos podían cobrar vida. Sabiamente el profeta contestó: “Solo tú sabes” (37:3). Entonces el Señor le dijo: “Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra del Señor. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis.” Esto es emocionante. Podemos imaginar la persona más que muerta en sus pecados que conocemos, una persona endurecida, recalcitrante, hostil en su postura contra Dios, y le llega esta palabra de Dios, una profecía que la convertirá. Podríamos reaccionar con incredulidad: Los huesos no oyen nada. ¿Cómo pues, van a vivir?

El profeta lo explica: “Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso”. Dios había dicho que pondría carne y piel sobre esto huesos, y así fue. Y Dios le volvió a hablar: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”. Dios dio el orden al profeta y el profeta mandó al Espíritu, “y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo”. Dios mismo da la interpretación de visión: Ellos dijeron que su esperanza había perecido, y que estaban destruidos, pero Dios dice que los sacará de los sepulcros y los traerá a la tierra de Israel y pondrá su Espíritu en ellos y entonces sabrán que Dios habló, y lo hizo. Esto es lo que tenemos en la primera página de la Biblia: Dios dijo y fue así.

El Espíritu Santo viene, da vida a los muertos, los regenera, y creen. El cuerpo de Adán fue formado. Yació en la tierra sin vida. Dios soplo Espíritu de vida en él, y vivió. Con Jesús vemos los mismos dos pasos. Pasó tres años predicando la Palabra, profetizó sobre ella, digamos. El Señor volvió al Cielo y todavía nadie estaba regenerado. Desde el Cielo mandó al Espíritu Santo en el día de Pentecostés, la gente recibió el Espíritu y cobraron vida, vida espiritual; nacieron de nuevo: fueron regenerados y recibieron la vida eterna. Y a continuación se convirtieron en evangelistas. Lo mismo pasó con la mujer samaritana. Jesús le habló la Palabra. Cuando vino el Día de Pentecostés, recibió el Espíritu Santo y nació de nuevo. Se predica la Palabra y viene el Espíritu Santo y convierte a la persona: “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gen. 2:7). Misterio.

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