LA SIEGA (3)

“¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembre goce juntamente con el que siega” (Juan 4:35, 36).
 
Lectura: Juan 4:28-35.
 
            Justo cuando Jesús terminó la conversación con la mujer samaritana, los discípulos llegaron con la comida. Posiblemente te haya pasado por la cabeza preguntar cómo es que Jesús se sentó a descansar y mandó a los discípulos a ir a la ciudad a buscar comida. ¿No estaban cansados ellos también? ¿Por qué no se fue Él a buscar comida dejando descansar a los discípulos? ¿Por qué no hizo un milagro Jesús y produjo pan? Cada uno tiene su parte en la obra y en esta historia cada uno estaba haciendo lo que le correspondía. Jesús se quedó a descansar, y ¡cómo le cundió el descanso! ¡Se convirtió toda una población! Y los discípulos llegaron en el momento indicado. Dios estaba dirigiendo sus pasos. ¿Por qué les habló Jesús de la siembra y la siega en estos momentos? ¡Porque es lo que acaba de experimentar él! Él estaba segando a una mujer que Dios había sembrado por medio de las experiencias que había vivido. Ahora los apóstoles se tenían que preparar para recoger el fruto de una multitud de samaritanos que llegaron a creer en el Señor por medio del testimonio de ella.
 
            “Uno es el que siembra, y otro es el que siega” (Juan 4:37). Veamos. Jesús pasó dos días más con los samaritanos y los dejó preparados para recibir el Espíritu Santo cuando fue dado. Probablemente podemos establecer una conexión entre este incidente y la obra que Felipe el evangelista llevó a cabo entre los samaritanos algunos años después, relato que encontramos en el libro de Hechos: “Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo” (Hechos 8:5). En ese caso, Felipe segó donde Jesús había sembrado. ¡Cuán amplio radio de acción puede ser alcanzado por un pequeño fuego! “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo” (Hechos 8:14, 15).
 
Ellos creyeron, pero no recibieron el Espíritu Santo hasta que no vinieron los apóstoles de Jerusalén a poner sus manos sobe ellos y orar por ellos. ¿Por qué no lo recibieron nada más creer? Porque la iglesia de Samaria necesitaba estar unida a la de Jerusalén y bajo su autoridad. ¡Finalmente hubo unidad entre Jerusalén y Samaria! El cisma que empezó con la división del Reino del Norte del Reino del Sur en tiempos del rey Jeroboam finalmente fue sanado por medio de la unión en el Espíritu que Jesús había profetizado a la mujer samaritana (Juan 4:21). Ahora los creyentes samaritanos y los judíos eran uno en el Espíritu Santo.
 
Dios sembró en la mujer, Jesús segó, los apóstoles y Jesús sembraron en los samaritanos donde la mujer sembró, Felipe segó en Samaria y los apóstoles entraron en sus labores y también segaron, todo en cumplimiento a la enseñanza de Jesús: “Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores” (Juan 4:38). Y nosotros formamos parte de este gran equipo.

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