“Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia. Porque ya algunas se han apartado en pos de Satanás” (1 Timoteo 5:14, 15).
Lectura: 1 Tim. 5:9-16.
La alternativa a las segundas nupcias de la viuda es grave. Pablo ya ha indicado que puede consistir en ociosidad, chismorreo y placeres carnales. Ahora sugiere que puede extenderse a cosas peores. La frase “extraviarse en pos de Satanás” parece demasiado fuerte como para referirse a las conversaciones chismosas y una vida ociosa, y quizás signifique que la viuda de edad para concebir hijos, si no vuelve a casarse, puede buscar la satisfacción sexual fuera del matrimonio en relaciones ilícitas, en el matrimonio con un pagano, o incluso en la prostitución. Esta última idea puede parecernos una exageración, pero sin duda habría parecido más probable a los primeros lectores porque, en el siglo I, muchas viudas que no tenían suficientes recursos económicos para su sostenimiento, los buscaban en el comercio de sus propios cuerpos.
Pero se trate de vivencia ociosa o de inmoralidad sexual, el adversario siempre está a mano para señalar las incongruencias morales de los creyentes. Esta clase de comportamientos, que tal vez no resultara especialmente escandalosa en la sociedad contemporánea, sin embargo, daría muchas “ocasiones de maledicencia” a los enemigos del evangelio. El mundo percibe, correctamente, que una conducta que resulta normal a los mundanos es motivo de incongruencia, hipocresía y, por tanto, de crítica, burla y condenación cuando la practica un creyente.
La palabra griega traducida como “ocasión” es un término militar que se refería a lagunas o debilidades en las defensas del enemigo a través de las cuales se podía montar un ataque eficaz. Ya se sabe: si la defensa es defectuosa, al equipo rival le resulta fácil marcar un gol. Pablo siempre era consciente de las artimañas del maligno y sabía que las inconsecuencias en la conducta de las viudas jóvenes le darían armas gratuitamente y dejaría a la iglesia abierta a muchas críticas, murmuraciones y ataques verbales. El testimonio de la iglesia quedaría manchado, y el evangelio, despreciado. Una de las grandes preocupaciones del apóstol en esos momentos era la buena reputación de las iglesias, que el evangelio no fuera difamado. La hemos visto en torno al nombramiento de ancianos (3:7) y la volveremos a ver en torno a sus instrucciones para esclavos (6:1), y ahora actúa como motivación detrás de sus exhortaciones a las mujeres jóvenes (cf. Tito 2:5, 8).
Como creyentes, necesitamos tener esta misma sensibilidad que tenía Pablo en cuanto a nuestro testimonio ante el mundo. Debemos preguntarnos constantemente: Por medio de mi conducta, ¿estoy dando a mis vecinos o compañeros de trabajo un buen pretexto para criticar a la iglesia o de despreciar el evangelio, o le estoy dando razones para admirarlos?
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