PROTECCIÓN DEL ADVERSARIO (3)[1]

“Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia. Porque ya algunas se han apartado en pos de Satanás” (1 Timoteo 5:14, 15).

Lectura: 1 Tim. 5:9-16. 

Para que las viudas jóvenes no se conviertan en mujeres ociosas (5:13), el apóstol quiere que vivan vidas útiles, ocupadas y fructíferas. Para ello, no existían en aquel entonces muchas opciones fuera del matrimonio. Así pues, Pablo expresa el deseo (o, mejor dicho, el mandato) de que las viudas jóvenes, en vez de ser una carga para la iglesia, logren encontrar un buen marido y entren en segundas nupcias. Pablo no fomentaba el ascetismo, sino que, como buen judío formado en las Escrituras, veía en el matrimonio la correcta manera, refrendada por Dios mismo, de satisfacer el apetito sexual del ser humano.

No debemos pensar que el único factor que lo motivaba en esta instrucción era librar a la iglesia de la carga onerosa de cuidar y sostener a las viudas. Más bien, buscaba el bienestar y la plena realización de las personas, y entendía que la vida matrimonial es el ambiente normal para la realización de la mujer. Su preocupación no era solamente el bienestar de la iglesia, sino también el de las viudas. No debemos pensar que Pablo estaba exigiendo taxativamente el matrimonio de tal manera que la viuda debía ser obligada a casarse si se le presentaba la ocasión. El apóstol está estableciendo un principio general, no una ley de aplicación férrea y universal.

Si ella decide casarse, debe hacerlo “en el Señor”: La mujer casada… si el marido muere, es libre para casarse con quien quiera, con tal de que sea en el Señor (1 Corintios 7:39). La razón por la que el Nuevo Testamento no prohíbe absolutamente el casamiento con no-creyentes es que, en muchas sociedades y épocas, los novios no deciden por sí mismos, sino que tienen que conformarse con las decisiones matrimoniales tomadas por los padres. La viuda, en cambio, no está ya bajo la tutela paterna; puede decidir por sí misma. Donde el creyente está libre para hacer su propia decisión, debe casarse “en el Señor” (cf. 2 Corintios 6:14). Esto, por supuesto, significa como mínimo que debe casarse con otro creyente; pero la frase va aún más lejos: debe elegir cónyuge buscando la voluntad y la dirección del Señor, y debe ser guiado en la búsqueda por consideraciones de compatibilidad espiritual. No basta que el otro se declare cristiano; es cuestión de qué tipo de cristiano es, un cristiano dominguero o un creyente de consagración total, un recién convertido o un creyente maduro capaz de gobernar su casa con criterios bien formados y ser un buen pastor de su familia.

En todas las Escrituras, el ministerio espiritual más importante de la mujer es contemplado como la crianza y educación de hijos para Dios. El deseo de Pablo para la viuda joven es que “gobierne bien su casa”, frase que indica que, en cuanto a la administración interna del hogar, ¡la esposa manda! Ella es quien administra la hacienda, determina el menú de las comidas, se encarga del cuidado de los hijos y se responsabiliza de las tareas de limpieza. Esto no significa que el marido no pueda colaborar ni hacer sugerencias, pero sí concede a la mujer amplias áreas de iniciativa y autoridad. 


[1] Este devocional y el siguiente son pasajes del comentario Andamio de 1 Timoteo, de David Burt.

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