“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe” (1 Pedro 5:6-9).
Lectura: 1 Pedro 5:9-11.
La humildad nos protege contra el diablo. Él cayó por el orgullo, pues quiso ser como Dios, y tentó a Adán y Eva por el orgullo: “seréis como Dios” (Gen. 3:5). Si nos humillamos voluntariamente bajo la soberanía de Dios y aceptamos que Él determina lo que nos pasa, seremos protegidos de caer por el orgullo. Tendremos pruebas, pero Dios es soberano. El diablo no nos alcanza bajo la protección de la soberanía de Dios. Guardará nuestra alma: “Jehová te guardará de todo mal; él guardará tu alma” (Salmo 121:7). Al humillarnos bajo la poderosa mano de Dios somos protegidos y transformados a la imagen de Cristo.
No debemos cargar con la ansiedad: “Por nada estéis afanosos” (Fil 4:6). No podemos ir a la batalla con una mochila pesada de ansiedad en nuestras espaldas. Tenemos que tomar el tiempo para echar nuestra ansiedad sobre el Señor con fe en la promesa de que Dios nos está cuidando: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él: porque él tiene cuidado de vosotros”. “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego” (Fil. 4:6). Dios hará su parte, pero esto no nos exime de responsabilidad: hemos de resistir al diablo. Dios manda que seamos sobrios y que velemos, esperando sus ataques. Hemos de mantenernos alertas y espabilados espiritualmente.
En medio de todo esto Dios nos está perfeccionando: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca, y establezca” (5:10). ¡Qué hermoso lo que escribe Pedro! ¿Cómo lo sabía? Lo aprendió en medio de la lucha. Para ser un creyente maduro y firme, hemos de aprender a estar firmes. El diablo es un adversario potente. Es como un león rugiente que quiere comernos. Estamos protegidos mientras nos mantenemos humillados bajo la mano de Dios, pero si salimos, podemos ser devorados. Hemos de estar al tanto, porque el diablo está al acecho. Hazte la idea. Los que están en Cristo nunca pueden ser comidos, aunque dañados, sí. Estamos en la empresa de Cristo y hemos de serle útiles en ella; el diablo quiere descalificarnos. Y de eso se trata la batalla que tenemos que ganar haciendo la parte que nos corresponde a nosotros.
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