LA ENCARNACIÓN

“Y dio luz a su primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
 
Lectura: Lucas 2:8-20.
 
            “Había pastores en la misma región…, y he aquí, se les presentó un ángel del Señor…y tuvieron gran temor” (2:8, 9). Los pastores se maravillaron, ¡pero los ángeles se maravillaron aún más! Conocían al que yacía en el pesebre y vieron en lo que se había convertido, ¡en un bebé! Lo conocían como su Creador y su Dios. Estos ángeles formaban parte del ejército de Dios, pues Él es Jehová de los ejércitos, y ahora estaban mirando a su comandante, al que fue honrado, temido, y amado por todos los que habitaban los cielos, el “Príncipe del ejército de Jehová” (Josué 5:14), el de quien ellos recibían órdenes, y aquí estaba, venido para hacer batalla con Satanás y sus huestes, ¡durmiendo en el pesebre!
 
            El propósito de su venida a la tierra fue a derrotar a Satanás y redimir al hombre de su tiranía. Y lo iba a hacer como hombre. Adán había caído como hombre y Jesús iba a vencer como hombre. Iba a tener éxito donde Adán había fracasado, y lo haría por medio de una vida de perfecta obediencia a Dios donde Adán había desobedecido. Ahora iba a derrotar a Lucifer en la tierra como ya lo había derrotado en el cielo. Esta sería la derrota que lo llevaría a su pérdida definitiva, realizándose en la Cruz. Iba a pasar por la muerte para romper el poder de la muerte por medio de la resurrección, y salir victorioso por el otro lado, dejando al diablo sin su arma más poderosa: “Ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de él (Dios)” (Col. 1:21, 22). Todo esto lo iba a hacer como hombre dependiendo exclusivamente del poder de Dios.
 
            La encarnación fue la primera jornada de un drama de cuatro jornadas. Las otras tres son la crucifixión, la resurrección y la ascensión. La ascensión es tremendamente significativa porque Jesús murió como hombre y resucitó en otra forma que no fue de la vieja humanidad. Resucitó como el nuevo Adán, el cabeza de una nueva raza con otras características diferentes a los que ahora tenemos, raza de la cual nosotros formamos parte ahora, en potencia, y después perfectamente, cuando resucitemos.
 
Pues, este es el final de la obra, cuarta jornada, pero ahora estamos viendo el principio. No sabemos cuánto de este drama los ángeles ya entendían, ciertamente los orígenes eternales y la historia pasada del Hijo de Dios, y quizás más (1 Pedro 1:12). Y aquí estaba como hombre, como un bebé, durmiendo en el pesebre, envuelto en pañales, y los ángeles se maravillaban al anunciar su llegada a los pastores asustados.
 

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