“Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22, 23).
Lectura: Rom. 3:22-26.
Todos estamos igualmente lejos de Dios por nuestro pecado, aun la persona más santa. Estamos todos separados de la santidad de Dios, No hay apenas diferencia entre la persona más santa y la persona más depravada. Lo ilustramos así: El sol está muy lejos de la tierra. Si pego un salto, estoy un poco más cerca del sol. Si subo una escalera alta, de unos cuatro metros, estoy más cerca del sol, pero la diferencia entre mí y la persona que está en tierra es casi imperceptible. Claro, estoy más cerca que la persona que está al pie de la escalera, pero la diferencia entre su cercanía de Dios y la mía es tan pequeña que es casi imposible de calcular. ¿Qué son cuatro metros en comparación con la enorme distancia que nos separan del sol tanto a ella como a mí? Así es con la diferencia entre la distancia de Dios con la persona más santa y con la más vil. La distancia entre el mejor ser humano y el peor no cuenta para nada cuando pensamos en la distancia incalculable que nos separa a ambos de la santidad de Dios. No hay manera posible de que el hombre natural puede llegar a Dios. La distancia es demasiado grande entre nuestra pecaminosidad y Su santidad. Aun la mejor persona del mundo no puede llegar.
Por esto no hay lugar para el orgullo cuando nos comparamos con otros. No cabe pensar que soy mejor que nadie porque la diferencia entre esta otra persona y yo es imperceptible dado que la medida es la santidad de Dios: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. No hay forma de ganar la salvación por medio de nuestras obras, porque siempre serán insuficientes para llegar a Dios. Jesús dijo: “Nadie llega al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Por nosotros mismos no podemos llegar. El único medio es llegar por medio de Jesús, y de Jesús crucificado. La cruz de Cristo se convierte en la escalera que llega al cielo, porque el valor de su sangre es infinito, siendo divina, y nos imparte una justicia perfecta a los que están crucificados con Cristo: “Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).
El texto completo que estamos meditando continúa: “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Rom. 3:23-25). Esto significa que Dios ha determinado que el sacrificio de Cristo, hecho una vez para siempre en el altar de la cruz del Calvario, nos saque de la condenación y nos haga aceptables a Dios. Por medio de Cristo podemos acercarnos a Dios y ser aceptados. Nuestra fe en que su sangre fue derramada por nosotros nos limpia de todo pecado y nos hace santos, perfectos. En Cristo cubrimos toda la distancia que nos separaba de Dios. Él es el puente, el Camino, y el medio para llegar a Dios, tanto para el peor pecador como para el hombre más noble.
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