“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mat. 7:1-2).
Lectura: Mateo 7:1-5.
Mateo, el que luego escribió el Evangelio según San Mateo, empezó su carrera como cobrador de impuestos. Tales hombres eran traidores. Cobraban de sus compatriotas, los judíos, los altos impuestos exigidos por el gobierno romano, y entregaban el dinero a Roma. Eran odiados por los judíos porque sacaban más de la cuenta y embolsaban el resto. Pues, este hombre conoció a Jesús y su vida cambió. Quería que sus amigos también lo conociesen, montó un gran banquete y los invitó. ¿Y quienes eran sus amigos? Pues otros cobradores de impuestos, prostitutas, y la escoria de la sociedad, gente juzgada y condenada por los fariseos. Jesús estaba feliz. Estaba sentado en este gran banquete rodeado de pecadores, gente abierta a sus buenas nuevas. ¡Cómo se escandalizaron los fariseos! Criticaron a Jesús y lo condenaron por estar con gente tan mala. Preguntaron a sus discípulos, porque no se atrevieron hablar con Jesús, ¿cómo es que tu Maestro come con pecadores? Jesús lo escuchó y contestó con un texto de la Biblia que ellos conocían bien: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mat. 9:13). Ellos iban al Templo y ofrecían sus sacrificios por el pecado, pero Dios nos los perdonó porque no confesaban sus pecados, y no tenían misericordia. Su estricta religión no les servía para nada.
¿No juzgar significa verlo todo bien? No. Hemos de tener criterio. Tenemos que saber lo que está bien y lo que está mal. Si vemos una prostituta, ¿tenemos que pensar que esto está bien?, porque claro, no la juzgamos. No tenemos que verlo bien y tampoco tenemos que juzgarla. Juzgamos la conducta, no a la persona. No sabemos su historia. Puede ser que viniese a España con un contrato de trabajo y la engañaran y ahora no pueda salir sin que maten a su familia. Ella está sacrificando su vida por la de su familia. O puede ser que esté trabajando en esta profesión para pagar el tratamiento de un hijo que está gravemente enfermo. No lo sabemos. Lo que tengo que hacer es tener misericordia de ella y ver si puedo ayudarla de alguna manera. Si puedo darle el evangelio, como hizo Mateo, o presentarle a una organización que ayude a personas atrapadas en esta profesión. En todo caso, puedo orar por ella.
¿Puedo escudarme con esta frase: “No juzgar” para justificar una mala conducta de mi parte? Un pastor que conocemos abandonó a su familia por otra mujer y cuando sus amigos le decían que esto no puede ser, ¡él les acusaba de juzgarlo! Si hago lo malo, no puedo exigir que los demás no me juzguen; lo que tengo que hacer es dar gracias a Dios por su valentía al decirme la verdad, y hacerles caso. Necesito humildad para hacer caso a las reprensiones de mis hermanos en la fe, porque ellos están velando por mi alma: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gal. 6:1).
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