“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él” (Juan 4:28-30).
Lectura: Juan 4:39-42.
Siendo propensos a criticar, normalmente pensamos en esta historia como un gran ejemplo de la misericordia de Jesús a una mujer pecadora, pero cuando dejamos de lado nuestros prejuicios, nos damos cuenta de que ella fue una de las evangelistas más exitosas del Nuevo Testamento. ¿Cuántos de nosotros hemos llevado toda una ciudad a la fe en Cristo? ¡Ella plantó la iglesia de Samaria!
Fue muy buena evangelista. Fijaos en la táctica que usó. Jesús acaba de decirle que Él era el Cristo. Ella le había dicho: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Y Jesús le había dicho: Yo soy, el que habla contigo” (4:25, 26). Ella ya sabía que Jesús era el Cristo, pero no lo dijo a los de su pueblo como afirmación, sino como pregunta. No dijo: “He encontrado al Cristo”, sino: “No será este el Cristo?”. Quería que ellos sacasen la conclusión por sí mismos. Los invitó a investigar por sí mismos. Ellos vinieron, escucharon a Jesús, y creyeron. Y le dijeron a ella: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (4:42). Si decimos a la gente lo que tienen que creer, se rebotan, pero si los invitamos a pensar y sacar su propia conclusión, es más fácil que crean.
Cuando el Señor la encontró ella ya estaba esperando al Mesías y creía que sería no solo para los judíos, sino para los otros pueblos también. Era una mujer de fe, como Rahab. Discutía con Jesús acerca de dónde se tenía que adorar a Dios, o bien en “este monte” o bien en Jerusalén porque quería estar en lo cierto. Era una cuestión que ella ya se había planteado. Quería adorar a Dios de la manera correcta. Por eso, Dios envió a Jesús a Samaria, porque ella lo buscaba.
Vemos una última cosa. Jesús estaba bautizando por la zona donde Juan el Bautista bautizaba, y él bautizaba a más gente que Juan. Los fariseos querían aprovechar esta circunstancia para meter cizaña entre ellos dos. Rivalidad. Así que Jesús se fue de allí. Si hubiese sido competitivo, se habría quedado allí, pero queriendo proteger la relación y el testimonio, se fue. Si no se hubiese ido, no habría conocido a la mujer samaritana, y esta historia no habría ocurrido. Vemos la mano de Dios en todo, al preparar a la mujer, sacar a Jesús de donde estaba Juan y mandarlo a Samaria. Y vemos la hermosura del corazón de Jesús. Alabado sea su Nombre.
Copyright © 2022 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.