“Hijos de Israel, ¿no me sois vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los arameos?” (Amós 9:7).
Lectura: Amós 9:7-10.
Ya hemos visto que el juicio de Dios iba a caer sobre Israel por encubrir una vida de egoísmo con una capa de religiosidad. Este fue el pecado original de Jeroboam, adaptar la religión verdadera de Israel a su conveniencia (2 Reyes 14:23, 24), un pecado común en nuestros días, y una tentación siempre presente para nosotros los creyentes también. Esta palabra profética está dirigida a la autosatisfacción que finge la apariencia de piedad cuando en realidad sólo se preocupa por el “yo”. Hemos visto que los ojos del Señor se fijan para mal sobre los que ignoran la santidad y practican el pecado pensando que quedan impunes porque son del “pueblo de Dios”, porque Dios los sacó de Egipto. No creen posible que pueda caer el juicio de Dios sobre ellos.
En este contexto el Señor les dice que Él es soberano entre todas las naciones y que ha gobernado la historia de todas. De la misma manera que hizo subir a Israel de Egipto, colocó a los filisteos, los sirios y los etíopes en sus respectivas tierras. Dios ha sido soberano en la historia de todas las naciones. En este sentido no hay diferencia entre Israel y las otras naciones, pero esto no significa que Dios siempre va a estar de su parte. De hecho, debido a los privilegios que ha disfrutado Israel, son más responsables que otras naciones. Ellos, sabiendo lo que se tiene que hacer para conseguir el perdón del pecado, no lo han practicado. No han ofrecido los sacrificios tal como Dios lo ha pedido y tampoco han vivido la vida de santidad que Dios exige de su pueblo. Creer “a nuestra manera” en la cruz de Cristo y vivir a nuestra manera en desobediencia a la Palabra de Dios igualmente nos condena.
El impío vive de espaldas a Dios, y su impiedad lo condena, mientras que el inicuo vive a espaldas de la justicia, y su injusticia lo condena. Israel fue culpable de los dos pecados, doblemente condenado. “He aquí los ojos de Jehová el Señor están contra el reino pecador, y yo lo asolaré de la faz de la tierra; mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice Jehová” (9:8). Dios no va a destruir a Israel por completo. Había en Israel algunos que amaban a Dios de verdad y vivían según su Palabra. Superan la prueba de la plomada. Siempre habrá un remanente. “Zarandearé a la casa de Israel… A espada morirán todos los pecadores de mi pueblo, que dicen: No se acercará, no nos alcanzará el mal” (9:9, 10). Dios pasará a su pueblo por la criba, separará al grano de la paja. Se salvarán los auténticos y morirán aquellos que no lo son, los que piensan que el juicio de Dios no les va a alcanzar porque son el pueblo de Dios. Están muy engañados.
¿Cómo se distingue el grano de la paja? Todos somos pecadores. ¿Quiénes se salvarán? Nuestro comentarista dice: “Permanecerán como pecadores, pero siempre serán pecadores que anhelan pelear una buena batalla contra su pecado, que anhelan la santidad, que aman la ley de su Dios y descansan sobre su gracia. Y serán hallados dignos. La guerra que Dios libra contra las falsas apariencias, con todo el poder de su divina omnipotencia, nunca dañará un cabello de sus cabezas”.
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