EL LIBRO DE AMÓS (33)

“He aquí los ojos de Jehová el Señor están contra el reino pecador, y yo lo asolaré de la faz de la tierra; mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice Jehová” (Amós 9:8).
 
Lectura: Amós 9:8-10.
 
En estos versículos casi al final del libro de Amós, Dios habla del terrible juicio que caerá sobre los que se creen pueblo suyo, pero no lo son, porque su estilo de vida los delata. La copa de su ira se ha colmado sobre el Reino del Norte: “Pondré sobre ellos mis ojos para mal, y no para bien. El Señor, Jehová de los ejércitos, es el que toca la tierra, y se derretirá, y llorarán todos los que en ella moran” (9:4, 5). Entonces surge la pregunta: ¿Por qué se condena el pueblo de Israel? No solamente mueren en la batalla o mueren en cautividad, “Y si fueren en cautiverio delante de sus enemigos, allí mandaré la espada, y los matará” (9:4), sino que, después de morir van a la condenación. Se pierden eternamente. ¿Qué han hecho tan terrible como para que merezcan el infierno?
 
Eran idólatras. Se dividieron de Judá. Se separaron de Jerusalén, el único sitio donde Dios podía ser adorado, y de los sacrificios del templo, el único lugar donde podrían conseguir el perdón de pecado, y se inventaron una religión parecida al judaísmo, pero herética, cambiada para encajar con los intereses políticos; y, además, practicaban otras religiones y adoraban a otros dioses.   
 
Vivían para sí mismos y sus placeres. Vivian para gratificarse a sí mismos, no a Dios. Eran indulgentes. Descansaban y se entregaban a las fiestas y la bebida.
 
No tenían misericordia. No se compadecían de los pobres y los necesitados, sino que los explotaban y los vendían a la esclavitud para hacerse cada vez más ricos.
 
Eran deshonestos en los negocios. Vendían productos adulterados por precios exagerados y falsificaban las balanzas.
 
No practicaban el culto a Dios con seriedad. Sus corazones no estaban en las prácticas religiosas, sino que tenían ganas de que acabasen cuanto antes para volver a su vida cotidiana.
 
Eran impíos. Despreciaban la Palabra de Dios, tanto la escrita como la que llegaba por boca de los profetas. No temían a Dios.
 
            Dios juró por sí mismo no perdonarlos nunca. Envió un ejército a matarlos, destruir su ciudad, llevar cautivos a los supervivientes y dispersarlos por diferentes países donde murieron. Éstos fueron a la condenación eterna por no conocer a Dios. Es una terrible advertencia para los que hoy día mezclan el culto a Dios con ideas o prácticas del mundo, que viven para su propia gratificación sin mostrar misericordia hacia los necesitados, no son honestos en su trabajo, dedican el mínimo de tiempo posible a Dios y no aman su Palabra. La gente del mundo no ve grave ninguno de estos pecados. Practican muchos de ellos. Dirán que Dios es muy duro al condenarlos por estas cosas, pero son los pecados que condenan. Revelan que la persona no conoce a Dios.  

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