EL LIBRO DE AMÓS (32)

“Vi al Señor que estaba sobre el altar, y dijo: Derriba el capitel, y estremézcanse las puertas, y hazlos pedazos sobre la cabeza de todos; y al postrero de ellos mataré a espada; no habrá de ellos quien huya, ni quien escape” (Amós 9:1).
 
Lectura: Amos 9:1-4.
 
Esta quinta visión del profeta es diferente a las cuatro anteriores en que no sigue la misma fórmula. El Señor no muestra algo a Amós y le pregunta lo que es y lo explica, sino que el Señor le da una visión del futuro. No hay diálogo entre el profeta y Dios. Solo habla Dios. Amós ve al Señor sobre el altar.
 
Para entender esta visión es necesario repasar la historia. Recordaremos que en el año 931 a. C. el país de Israel se dividió en dos reinos cuando el hijo de Salomón, Roboam, vino al trono y no quiso reducir los impuestos, sino que los aumentó (1 Reyes 12:13, 14). Tal fue el desencanto del pueblo con su nuevo rey que lo abandonaron y escogieron a otro rey en su lugar, Jeroboam I. Las diez tribus del norte fueron con él, pero las dos del sur, Benjamín y Judá, se mantuvieron leales a Roboam. Lo que unía todas las tribus era la religión, lo que nosotros llamamos el judaísmo; todas las tribus bajaban a Jerusalén para celebrar las fiestas. Jeroboam no quería esto, porque temía que volviesen a su antigua lealtad y lo dejasen a él a favor de Roboam. Así que cortó con el Templo de Jerusalén, que estaba en el sur, e inventó una nueva religión bastante parecida al judaísmo, pero herética, que se podía practicar en el norte sin la necesidad de bajar a Jerusalén (1 Reyes 12:26 y sigs). Dios la aborreció. No era fiel a la Ley de Moisés. Es más, el rey estaba usando la religión para fines políticos.
 
Pasaron casi 200 años y ahora Jeroboam II estaba en el trono de Israel, el reino del norte. El pueblo estaba a punto de celebrar la fiesta otoñal, herética, por cierto, de la fruta madura (8:1), y el rey estaba oficiando al lado del altar, como Jeroboam I había hecho 200 años antes. De repente, el profeta tiene una visión. En su visión Dios ha ocupado el lugar del rey al lado del altar: “Vi al Señor que ocupaba su lugar junto al altar” (9:1). Dios había venido en juicio. Dijo: Derriba el capitel, y estremézcanse las puertas, y hazlos pedazos sobre la cabeza de todos; y al postrero de ellos mataré a espada; no habrá de ellos quien huya, ni quien escape”. Dios pronunció que el templo iba a ser derribado, de arriba abajo, como el velo del templo fue rasgado de arriba abajo, un acto divino. El templo se apoyaba sobre columnas y si se tiraran abajo el templo se caería. Nos recuerda a Sansón que tiró abajo el templo de Dagón tirando de las columnas (Jueces 16:25-30). Dios hará lo mismo, pero desde la parte de arriba de la columna, el capitel.
 
La fiesta hablaba de fruta madura; Dios ha hablado del juicio maduro que estaba a punto de caer sobre Israel. Su religión caerá sobre sus cabezas. Esta visión lo describe. Muchos salen corriendo del templo derribándose, pero nadie se escapará. No hay refugio: “Aunque cavasen hasta el Seol, de allá los buscaré y los tomaré; y aunque subieren hasta el cielo, de allá los haré descender. Si se escondieren en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los tomaré; y aunque se escondiesen de delante de mis ojos en lo profundo del mar, allí mandaré a la serpiente y los morderá. Y si fuesen en cautiverio delante de sus enemigos, allí mandaré a la espada, y los matará; y pondré sobre ellos mis ojos para mal, y no para bien. El Señor, Jehová de los ejércitos, es el que toca la tierra, y se derretirá, y llorarán todos los que en ella moran” (9:2-5). Terrorífico. Aquel juicio es un anticipo del juicio venidero.

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