EL LIBRO DE AMÓS (28)

“Arruináis a los pobres de la tierra” (Amós 8:4).
 
Lectura: Amós 8:1-10.
 
Una mujer que conocemos que trabaja en un banco como consejera financiera de multimillonarios puede mostrar estadísticamente que los ricos de este mundo son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Los arruinamos.
 
La enseñanza del libro de Amós es novedosa. Nunca habíamos pensado en cuánta importancia tiene la misericordia en la evaluación de Dios de nuestras vidas o en el juicio eterno. Hace muchos años estalló un conflicto entre un rico hombre de negocios y un trabajador suyo, ambos miembros de la misma iglesia. El hombre de negocios era fino, elegante y bien hablado, mientras su empleado era un hombre rudo. El pobre acusaba a su jefe de conducta fraudulenta hacia sus empleados. El rico acusó a su empleado de mentiroso. Como el rico hablaba muy bien, todo el mundo se puso de su parte. El pobre quedó como embustero hasta que un hombre respetado de la congregación lo defendió. Dijo: “Grita e insulta, pero está diciendo la verdad”. Tenía razón. El hombre rico terminó huyendo del país para evitar la justicia.  
 
“Hay una cosa que el Omnipotente no puede hacer: no puede otorgar misericordia a aquellos que no la practiquen” (Motyer). No hacer caso a los necesitados, o explotarlos en beneficio nuestro, resultará en que Dios nos trate de la misma manera. “Tal es la verdad de Amós 8:1-10; es dura, pero, desde el punto de vista bíblico, es totalmente realista. La plomada pende en línea vertical de la mano inmóvil de Dios y constituye una muda convocatoria para que estalle la ira eterna en forma aterradora, funesta, interminable contra aquellos que carecen de compasión para con los pobres, pues esta es la principal evidencia de una religión falsa y una fe muerta”.
 
“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stgo.1:27). Si profesamos amar la misericordia, pero no la practicamos, nos engañamos a nosotros mismos.
 
“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de que aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Stgo. 2:14-17). La fe que salva es la que es movida a misericordia.
 
“Como en la enseñanza de Jesús, nada revela más claramente el hecho de pertenecer a su pueblo o la madurez para el juicio que la actitud tomada frente a los desvalidos o los sin esperanza, porque, naturalmente, esta actitud revela si en verdad llevamos la semejanza del aquel a quien profesamos adorar” (Motyer).

 

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