“Oíd esto, los que explotáis a los menesterosos, y arruináis a los pobres de la tierra” (Amós 8:4).
Lectura: Amos 8:4-7.
Analizando y meditando en este texto, sacamos una conclusión sorprendente que nos hace temblar. Dios aborrece la inhumanidad, el tratar a las personas como si no tuviesen importancia. Dios es misericordioso y ama la misericordia; odia la falta de misericordia hacia los pobres, las viudas, los huérfanos, los minusválidos, los necesitados, y cualquier persona que la necesita hasta el punto de jurar por Sí mismo que los que no muestran misericordia, no la van a recibir: “Jehová juró por la gloria de Jacob: No me olvidaré jamás de todas sus obras” (8:7). Esto significa que los que no actúan con misericordia se van a condenar. Nunca se nos había planteado esta enseñanza, pero una vez que lo ves, lo descubres por toda la Biblia. El primer ejemplo que nos viene a la mente son el sacerdote y el levita que no mostraron misericordia al malherido en la parábola del buen samaritano.
La Biblia lo dice muchas veces, pero no lo asimilamos, porque creemos que no afecta a la salvación. Tenemos nuestro esquema de lo que una persona tiene que creer para ser salvo, pero no tenemos ningún esquema de la clase de persona que tiene que ser. No obstante, Jesús lo dijo bien claro: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mat. 5:7). Y: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía” (Mat. 18:33, 34). Lo que debía era una suma que nunca podría pagar. Aquel hombre fue entregado a sus torturadores, otra manera de decir que fue al infierno. Otro texto: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8). Dios no tendrá misericordia al que no practique misericordia. Es un pecado que, según Jesús, expone al castigo eterno a los que lo cometen: “Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mat. 25:45-46).
Nos han ensenado que la salvación es por gracia, no por obras, y que no tiene que ver con nuestra conducta a continuación de la conversión, pero esta es una “doctrina de hombres”. Leemos: “Los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre” (Ex. 2:23), “y descendió para liberarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel” (Ex. 3:8). Esto es misericordia. Motyer escribe: “Él es esta clase de Dios, a quien nadie puede amar a menos que viva ese tipo de vida. ¿No es ilógico que la gente ame la misericordia cuando la busque de Dios para sí, y la odie cuando se le pide que la muestren hacia otros? Las Escrituras dicen que es imposible. Los que no perdonan no pueden ser perdonados, los que no tienen misericordia no pueden recibirla”.
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