“¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día del Jehová? Será de tinieblas y no de luz” (Amós 5:18).
Lectura: Amos 5:19-24.
¡Qué el Señor venga pronto! Esto dicen muchos al lamentar el estado en que se encuentra el mundo. ¿Pero están preparados para encontrarse con Dios? “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel” (4:12), decía Amós, y lo sigue diciendo. ¿Cómo se prepara? Por medio del arrepentimiento profundo y una vida de justicia: “Pero corra justicia como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (5:28). Es como si el libro de Amós hubiese sido escrito para la iglesia de nuestros días en que tememos por el bienestar eterno de muchos que se creen salvos, pero cuyas vidas dejan un gran interrogante sobre esta cuestión, mientras que la de otros, ni siquiera esto. Si piensas que te salvarás así como por fuego, desengáñate.
Una mujer “creyente” se divorció de su marido “creyente” porque él no ayudaba lo suficiente con las tareas de casa. Otra mujer evangélica tenía un hijo que se iba a casar con una mujer inconversa divorciada con una hija. Él le había dicho a la joven que no podía casarse con ella porque no era creyente, y ella contestó que no se preocupara, que se haría evangélica. Enseguida entró en una iglesia y solicitó el bautismo. Ahora todo el mundo está encantado. Otro está con droga, alcohol, tabaco, estafas, mujeres y porno y se considera creyente porque va a la iglesia. Los ancianos de una iglesia dijeron a una pareja que podían vivir juntos porque tenían la intención de casarse. Otro hombre está con mujeres y publica versículos en Facebook creyendo que irá al cielo. Uno que profesa fe no iba a la iglesia porque trabajaba los domingos; se jubiló y ahora no va porque los creyentes no son lo suficientemente buenos. El apóstol Pablo comentaba casos parecidos diciendo: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal” (Fil. 3.17-19). No están preparados para venir al encuentro de su Dios.
“Si el evangelio agradara al hombre carnal, entonces dejaría de ser evangelio. La primera obra del Espíritu Santo en la salvación del pecador es la de producir convicción de pecado y traer al hombre a un estado de desesperación delante de Dios. A menos que el hombre se ponga al nivel de su miseria y culpa, toda nuestra predicación será vana. Solamente un corazón contrito puede recibir a un Cristo crucificado” (Robert McCheyne). ¿Será que no estamos predicando el evangelio que salva?
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