Así me ha mostrado Jehová el Señor: He aquí un canastillo de fruta de verano. Y dijo: ¿Qué ves, Amós? Y respondí: Un canastillo de fruta de verano” (Amos 8:1, 2).
Lectura: Amós 8:1-3.
Ahora llegamos a la cuarta visión de Amós. La primera era de langostas destructivas, la segunda de un fuego devastador y la tercera de una plomada de albañil. Amós intercedió por su pueblo y el Señor no envió los primeros dos juicios que habrían eliminado el pueblo por completo, pero con el tercero ya no intercedió, porque Dios dijo claramente que ya no iba a tolerar más el pecado, porque había probado la rectitud de su pueblo y no daba la medida; ya no había intercesión posible. El autor interrumpió las cinco visiones con el incidente de la confrontación entre el sacerdote Amasías y el profeta, choque que ilustra la plomada en acción. Mostró que dos personas, Amasías el sacerdote y Jeroboam II el rey, fueron halladas torcidas y listas para el juicio. Vamos, pues, a proceder con la cuarta visión.
Dios le mostró a Amós una cesta de fruta madura y le dijo: “Ha venido el fin”. Aquí tenemos un juego de palabras en hebreo. Las palabras “fruta madura” y “fin” suenan casi igual en hebreo. Lo que Dios está diciendo con ello es que su pueblo está “listo para un tiempo de cosecha particularmente espantoso”, están maduros para el juicio. Su religión no los había preparado para encontrarse con Dios, como Amós ya les había avisado: “prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel” (4:12). Ellos pensaban que iban muy bien en su práctica religiosa y que saldrían aprobados en el juicio que Dios iba a ejercer sobre todos los hombres. Estaban confiados. Cumplían bien con su versión del judaísmo. Aquí tenemos que parar y reflexionar. ¿En qué confiamos nosotros para el día del juicio? Puede ser que la práctica de nuestra religión sea impecable, pero que lo que pensamos que Dios espera de nosotros no coincida con la realidad de sus expectativas y que el día del Señor para nosotros será una sorpresa terrible. A Israel les esperaba un juicio espantoso, pero solo era la sombra del juicio venidero.
“Y me dijo Jehová: Ha venido el fin sobre mi pueblo Israel; no lo toleraré más. Y los cantores del templo gemirán en aquel día, dice Jehová el Señor; muchos serán los cuerpos muertos; en todo lugar los echarán fuera en silencio” (8:2, 3). Amós está profetizando un súbito e inesperado desastre: los cantos se convertirán en lamento (8:3), la tierra firme ha de temblar (8:8), el sol se pondrá al mediodía y la tierra se cubrirá de oscuridad en pleno día (8:9), las fiestas se convertirán en llanto y sus cantos en lamentos fúnebres de gran amargura (8:10). Dios ha llegado a su límite. El vaso de su ira se ha colmado: “Ya no lo toleraré más” (7:8). “Jehová juró por la gloria de Jacob: No me olvidaré jamás de todas sus obras” (8:7). El sentido es “que el Señor nunca puede perdonar ni olvidar” (Motyer). “Esta determinación en la mente de Dios introduce terror y muerte en la experiencia del pueblo. Ni la religión formal ni el hombre post-religioso pueden tomar en serio la posibilidad de que tal cosa suceda en realidad” (Motyer).
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