EL LIBRO DE AMÓS (19)

“Luego me mostró otra visión. Vi al Señor de pie al lado de una pared que se había construido usando una plomada. Usaba la plomada para ver si aún estaba derecha. Entonces el Señor me dijo: Amós, ¿qué ves? Una plomada, contesté. Y el Señor respondió: Probaré a mi pueblo con esta plomada. Ya no pasaré por alto sus pecados” (Amós 7:7, 8, NTV).
 
¿Qué simboliza la plomada? (1)
 
La plomada es una herramienta de albañil que se usa para ver si una pared es recta. La pared en la visión de Amós fue construida con una plomada en la mano y después de hecha fue medida para ver si se había logrado la rectitud que se proponía al construirla. La pared en cuestión es Israel. ¿Y la plomada? ¿Qué es lo que fue dado por Dios al principio que se usa posteriormente para medir la rectitud de su pueblo?, porque esto es lo que Dios está midiendo. Dios está midiendo su genuinidad como pueblo de Dios. ¿Cómo se puede averiguarla?
 
La respuesta a esta pregunta es muy enriquecedora. Dios se reveló a Israel en sus inicios como el “Yo Soy”: “Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy Jehová; y os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios” (Ex. 6:6, 7). Notemos el orden: Dios los redimió y luego les dio su ley para que ellos pudieran ser santos como Él es santo: “Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová vuestro Dios” (Lev. 19:2). Las dos cosas son obras de su gracia, tanto la redención, como el regalo de la Ley para que pudiesen participar de su santidad.
 
Como dice Motyer, el versículo siguiente lo expresa en una teología perfecta: “Por cuanto Jehová os amó… os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre… Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios… Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas” (Deut. 7:8-11). Primero viene el amor de Dios que motivó la redención, y después de la redención, la ley, que uno obedece porque siente amor y gratitud a este Dios que lo ha redimido. La obediencia a la ley mide la realidad de la redención. ¿Realmente he sido redimido? ¿He salido de la servidumbre de Egipto, o todavía estoy bajo el yugo de la esclavitud del pecado y el dominio de la carne? ¿He salido de Egipto o no?
 
La ley ceremonial se obedecía cumpliendo con los sacrificios prescritos y cumpliendo la rectitud y justicia prescritas por la ley, las dos cosas. Los sacrificios por el incumplimiento de la ley seguidos por la permanencia en el pecado no valen, tampoco una vida recta sin los sacrificios, porque siempre habrá algo de pecado sin querer. Hoy día una teología correcta de la salvación por el sacrifico de Cristo y permanencia en el pecado no salva (1 Juan 3:7,8), tampoco salva una vida recta sin fe en la obra de Cristo en el Calvario (Ef. 2:8-10). Somos salvos para buenas obras. “No somos salvos por obras; sí somos salvos para obras; por tanto, no somos salvos sin obras” (David Burt).         

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