“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!” (2 Juan 9, 10).
El apóstol Juan, ¡el del amor!, está dando instrucciones a las iglesias cristianas de todos los tiempos. Lo que dice va para nosotros, no solo para ellos. Nos está enseñando que tenemos que ser muy selectivos en cuanto a quiénes damos la bienvenida oficial como maestros en nuestras iglesias, y a quiénes no. Se puede recibir a un visitante casual con algunas ideas equivocadas, pero no como maestro. Juan se encontraba en medio de un movimiento de enseñanza herética. Estaba mandando avisos urgentes a las iglesias para frenarlo.
Podríamos pensar que, puesto que no tenemos esta misma herejía en nuestros días, su carta no se aplica a nosotros, pero sus principios son igualmente válidos. Hemos de tener el mismo cuidado que enseñaba el apóstol en cuanto a las herejías actuales. ¿Cuáles son? Que las enseñanzas de los apóstoles no son para nuestros días. Que toda la Biblia no es Palabra de Dios, sino que la Biblia “contiene la Palabra de Dios”. Que la inspiración de la Biblia es la misma que la de cualquier creyente cuando habla. Que Cristo no hizo milagros; que no resucitó literalmente; que no volverá. Que, si profesamos fe, no importa la vida que vivamos, seremos salvos igualmente. Que todas las religiones son iguales, que todas conducen a Dios, que lo que importa es la sinceridad. Que Cristo no es Dios; que el Espíritu Santo no es personal, sino “la fuerza activa de Dios”. Que la salvación viene por la fe, más los sacramentos, más las buenas obras. Que la tradición de la Iglesia está al mismo nivel de la Biblia, que la doctrina procede de ambos. A los que enseñan estas ideas, no hemos de recibirlos como maestros en nuestros círculos. Juan enseñó que tampoco hemos de recibir a alguien que no practica en su vida personal la ética que enseñó Cristo. “Andar en la verdad” es vivir la doctrina cristiana. Esto excluye tanto al inmoral como al predicador que siempre está pidiendo dinero.
Juan dijo: “No lo recibáis en casa”, porque en aquel entonces los creyentes se reunían en casas. Añade: “Porque el que le dice: ¡Bienvenido! Participa en sus malas obras” (v. 11). La persona que invita a predicar a una persona que no tiene la doctrina apostólica, o que no tiene una vida correcta, es cómplice de su mala obra, y Dios lo tendrá por responsable por los estragos que esto cause. Estas falsas enseñanzas pueden llevar al engañado al infierno.
Juan termina su breve carta expresando su deseo de ver a estos hermanos “cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido” (v. 12). Empieza la carta refiriendo a esta iglesia como “la señora elegida y sus hijos” y la termina de forma parecida: “Los hijos de tu hermana, la elegida, te saludan. Amén” (v. 13). Había una buena relación entre las iglesias en el siglo I, mucho amor los unos para con los otros, mucha sumisión a la doctrina apostólica, y mucho cuidado para no contaminarse con lo de fuera. Que lo mismo sea verdad en nuestros días.
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