“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:14-16).
Lectura: Heb. 4:9-13.
Dios nos ha dado el privilegio de poder interceder. No tenemos que aguantar lo que Él decida sin poder intervenir. La voluntad de Dios no se impone de manera fatalista para que nos doblegamos delante de nuestro destino, como se enseña en otras religiones, sino que Dios nos ha dado el privilegio de presentar nuestras peticiones delante de Él para todo lo que necesitamos para hacer su voluntad, para que su voluntad se haga en el mundo, a favor nuestro, en muchos lugares y por mucha gente.
Interceder no es una obligación, sino un privilegio. Si oramos por obligación, porque tenemos una larga lista de cosas que pedir que otros nos han impuesto, salimos del espíritu de oración. Nos sentimos culpables si no oramos por toda la lista todos los días, y como va incrementando, es casi imposible cubrirlo todo, y, por lo tanto, siempre nos sentimos culpables y la oración llega a ser una carga. La única solución que hay es orar en el Espíritu por todo lo que el Señor ponga sobre nuestro corazón, ni más ni menos. Entonces podemos orar con urgencia, con convicción y con la seguridad de que nuestras oraciones tendrán respuesta.
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15.16). Al final de esta sección del evangelio en que Jesús nos habla de los resultados de permanecer en Él, tenemos la promesa de oraciones contestadas: “para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. Lo repite dos veces: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). El Señor Jesús nos ha escogido para ser sus amigos (Juan 15:14), para poner su vida por nosotros (Juan15:13), para revelarnos las cosas del Padre (Juan 15:15), para llevar fruto duradero (Juan 15:16), y para contestar a nuestras oraciones (Juan 15:16). Pedimos con la seguridad de que nuestras oraciones tendrán respuesta. Entonces la intercesión, en lugar de ser una carga, llega a ser un privilegio.
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