MADRES HABILITADORAS (2)

“Absteneos de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:22).
 
Lectura: Juan 15:18-20.
 
Continuamos hablando de las madres habilitadoras, las que colaboran con sus hijos para que puedan hacer lo que Dios llama pecado. Lo justifican pensando que cada uno tiene que decidir por sí mismo, o que no deben imponer sus valores en sus hijos, o que pueden conseguir paz en el hogar si los consiente, o que ya cambiarán por sí mismos cuando sean mayores. Pero se engaña, porque no tendrá paz en el hogar, ni en el corazón, porque está participando en el pecado de sus hijos.
 
Una madre prepara la comida que le gusta a su hija. Recoge su habitación. Le lava la ropa. Hace todo el trabajo de la casa. No le exige que haga nada. ¡La hija tiene cincuenta años! Vive en casa de la madre, trabaja, y dedica todo su tiempo libre a las actividades que le gustan. Es muy callejera. Ahora se ha metido en el ocultismo. ¿La madre la confronta? ¿Qué piensas? Si le ha consentido toda la vida, ¿cómo se va a oponerle ahora? Esta madre es creyente. Está facilitado el pecado en su hogar.
 
La madre que siempre les compra a sus hijos caramelos, chocolate, patatas fritas, galletas, coca cola y bollería está facilitando la autoindulgencia, el egoísmo, el derroche del dinero, y malos hábitos alimenticios. Si los hijos están gordos, habrá que dejar de ser una madre habilitadora. Si los niños piensan que se les debe estas golosinas, que esto es normal, es tiempo para un cambio en el hogar.
 
¿Qué dices a tu nieta cuando te dice que ha dormido con muchos chicos? Si la confrontas, perderás su confianza. Si dejas que te cuente todas sus aventuras amorosas mientras tú le sirves una merienda, tendrás su amistad, pero habrás perdido la amistad de tu Señor: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14).
 
Un padre trabajaba de noche y dormía de día. No sabía a qué hora llegaba su hijo, ni lo que hacía de noche, porque su esposa se lo encubría. Ella pensaba que estaba mostrando amor para su hijo, pero estaba siendo cómplice en su pecado. Este hijo iba de mal en peor en la vida. La madre oraba por él. Lloraba por cómo era. Pasaba de escándalo en escándalo. Toda su vida fue un desfalco y una calamidad. Nunca se convirtió. Destruyó su vida de tal forma que murió joven. La madre vivió con esta amargura toda la vida. Si vamos a frenar el mal, lo hemos de hacer cuando el niño es todavía muy pequeño. Esta madre facilitó la vida de pecado de su hijo. Y pagó un precio eterno para hacerlo.  
 
Una madre preparaba todos los materiales para el colegio para su hijo para que pudiese desayunar en cinco minutos y salir corriendo. Todos los días se ponía nerviosa y le decía que se diese prisa porque iba a llegar tarde. Estaba en la puerta con su chaqueta en la mano para que no la olvidase. Un buen día decidió que esto se acabó. (Dejó de ser habilitadora). Le dijo al niño: “Puedes salir cuando quieras. Si llegas tarde, las tendrás que ver con tu profesora. Si no coges tu chaqueta, pasarás frio. Si olvidas tus libros, estarás sin ellos. Tú mismo”. Y el niño se espabiló. Nunca más salió tarde.     

    

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