EL LIBRO DE AMÓS (1)

“Las palabras de Amós, que fue uno de los pastores de Tecoa, que profetizó acerca de Israel en días de Uzías rey de Judá y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto” (Amós 1:1).
 
Lectura: Amós 1:2.
 
Había leído el libro de Amós unas cuantas veces en el pasado, pero no me acordaba de casi nada. Al volver a leerlo esta vez me quedé sorprendida de su actualidad. ¡Parece que fue escrito para la Iglesia Evangélica de hoy!, y sentí la necesidad de compartir su contenido. Con la ayuda del comentarista J. A Motyer (Comentario Antiguo Testamento Andamio, AMÓS), vamos a ver lo que dice para nosotros. Citamos a Motyer: “El mensaje del libro de Amós nos humilla y nos espanta. Reprende nuestro formalismo de “la misa de las once”; insiste que la iglesia corre un peligro eterno cuando desplaza la Palabra de Dios del centro de su vida; expone el pecado de agradarnos a nosotros mismos en material de religión; describe una religión que es repugnante ante los ojos de Dios e invita a los hombres que confíen en la gracia divina mediante la fe y el arrepentimiento, a que comprometan su obediencia a ley de Dios, y a que se preocupen incesantemente por los necesitados. Sin esto, no hay nada tan efectivo como la misma religión para separarnos del amor de Dios y unirnos a su ira”. La advertencia nos viene como anillo al dedo a los creyentes de hoy. Vamos a empezar con una pequeña introducción.   
 
Amós fue un pastor de ovejas del reino de Judá que Dios llamó a predicar a Israel, el reino del norte, durante los años 776-763 a. C.  en un tiempo de opulencia y prosperidad bajo el hábil, pero idolátrico rey Jeroboam II. Nada parecía menos posible que el cumplimiento de su profecía, no obstante, el Reino del Norte fue totalmente destruido dentro de cincuenta años. ¿Por qué vino este juicio tan repentino sobre Israel? ¿No estaban bajo la protección de Dios por el pacto que Él había establecido con su pueblo? ¿Qué provocó la ira de Dios que trajo esta destrucción tan fulminante?
 
La religión estaba siendo practicada con regularidad. La gente asistía a los centros de culto en masa, se ofrecían los sacrificios, se cultivaba con excelencia el aspecto musical del culto e Israel estaba satisfecha con su religiosidad, pero había un problema. Recordaremos que cuando el Reino del Norte de se separó del Reino del Sur, justo después del reinado de Salomón, el rey del Norte, Jeroboam I, para que su gente no bajase a Jerusalén para las fiestas anuales tal como Dios lo había decretado, estableció una religión alternativa en el Reino del Norte. La fe en Dios era lo que unificaba el país. Le interesaba mucho a Jeroboam cortar esta dependencia con Jerusalén para que su reino fuese totalmente independiente: “Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y volverán a Roboam rey de Judá” (1 Reyes 12:26, 27). Así que, él hizo dos becerros de oro, uno en Bet-el, y el otro en Dan, estableció un sacerdocio alternativo que no era de Leví, estableció días festivos que coincidían con los de Jerusalén, y constituyó un sistema de sacrificio nuevo para reemplazar el que Dios había establecido. ¡Ala! ¡Ya tenía una nueva religión que se parecía mucho a la anterior, y todo el mundo encantado! ¡Mira qué bien!

    

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