EL LIBRO DE AMÓS (6)

“Escuchen ahora esto y anúncienlo por todo Israel, dice el Señor, el Señor Dios de los Ejércitos Celestiales: El mismo día que yo castigue a Israel por sus pecados, destruiré los altares paganos en Betel. Los cuernos del altar serán cortados y caerán al suelo. Y destruiré las hermosas casas de los ricos, sus mansiones de invierno y también sus casas de verano, todos sus palacios cubiertos de marfil, dice el Señor” (Amós 3:13-15).
 
Lectura: Amós 4:1-5.
 
¿Dónde estaba el pecado de Israel? ¿En sus riquezas? No. Estaba en su ética y su falsa espiritualidad. Su vida no concordaba con la fe que profesaban tener en el Dios de Israel, porque no obedecían sus instrucciones éticas. Su vida cotidiana no estaba de acuerdo con la Palabra de Dios. Y su vida religiosa tampoco. No podemos inventarnos una espiritualidad de acuerdo con nuestra comodidad y tener la aprobación de Dios. Inventamos nuestra propia ética y nuestro propio culto a Dios y estamos satisfechos con nosotros mismos. Todo nos va bien. Si practicamos la sexualidad como los del mundo, si compartimos las ideas que circulan por la sociedad en que vivimos, si nos vestimos como los del mundo, si compramos como los del mundo, si invertimos nuestro tiempo como los del mundo, somos del mundo. No nos engañemos. Vivir en santidad significa vivir una vida diferente que los de mundo. Una que lo choca. Se va a meter con nosotros. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19). Estas mujeres eran del mundo. Pero a la vez practicaban el culto a Jehová, supuestamente.
 
Pablo describe el culto que agrada a Dios: “Así que, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1).  Dios quiere una vida de sacrificio y quiere cuerpos santos. Esto significa no satisfacernos a nosotros mismos y significa cuidar del cuerpo para Dios: nuestra forma de vestir, comer, descansar, hablar, lo que vemos y lo que escuchamos, dónde vamos, y qué hacemos. El versículo siguiente habla de nuestra mente: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos, por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2). Esto significa no pensar como los medios de comunicación nos dicen que tenemos que pensar, sino como la Palabra de Dios nos dice que hemos de pensar. Esto requiere una renovación constante porque estamos siendo constantemente bombardeados con ideas ajenas a la Palabra de Dios. Hemos de trabajar nuestra mente para mantenerla en forma para Dios.
 
Aquí citamos al comentarista Motyer: Si pensamos que es normal complacernos a nosotros mismos, “entonces advertimos cuán gravemente nuestro sentido de proporción y de valores se ha extraviado de aquél que es corriente en los Cielos. Cuando descubramos que nuestros pensamientos no son los de Dios, ni sus caminos nuestros caminos, entonces tomemos nota y estemos dispuestos a reformar nuestros pensamientos, nuestra manera de pensar, nuestros valores y los criterios con que evaluamos. Donde resulta natural burlarnos o apartarnos complacidos, es necesario aguijonearnos hasta el arrepentimiento e inclinarnos humildemente ante el Señor nuestro Dios. Cuando la autosuficiencia humana ocupa el escenario, el Señor Dios descarga un gran juramento para su destrucción”.  

    

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