EL LIBRO DE AMÓS (5)

“Escúchenme, ustedes, vacas gordas que viven en Samaria, ustedes, mujeres que oprimen al pobre y aplastan al necesitado y que les gritan siempre a sus esposos: “¡Tráigannos otra bebida!”. El Señor Soberano ha jurado por su propia santidad: “Llegará el día cuando ustedes serán llevadas con garfios enganchados en sus narices. ¡Hasta la última de ustedes será arrastrada lejos como un pez al anzuelo! Las sacará por las ruinas de la muralla; serán expulsadas de sus fortalezas” (Amós 4:1-3, NTV).
 
Lectura: Amós 4:4, 5.
 
Israel no ha vuelto al Señor
 
¡Dios se dirige a las mujeres de Samaria como “vacas gordas”! Viven en casas de lujo. Tienen siervos que hacen todo el trabajo dejándolas libres para pasar el día hablando con sus amigas, descansando y comiendo. Y tienen el descaro de decir a sus maridos: “¡Tráigannos otra bebida!”. Gozan de una vida de recreo y opulencia. Pero pronto va a terminar. El castigo de Dios está a punto de caer. La ciudad de Samaria va a caer ante los asirios y ellas serán llevadas cautivas con garfios enganchados sus en narices por las ruinas de la muralla. Samaria será destruida y ellas irán a la esclavitud.
 
El Señor les dice: “Adelante, ofrezcan sacrificios a los ídolos en Betel; continúen desobedeciendo en Gilgal. Ofrezcan sacrificios cada mañana y lleven sus diezmos cada tercer día. Presenten su pan hecho con levadura como una ofrenda de gratitud. ¡Luego entreguen sus ofrendas voluntarias para poder jactarse de ello en todas partes! Este es el tipo de cosas que a ustedes, israelitas, les encanta hacer, dice el Señor Soberano” (4:4, 5). Estas mujeres eran muy religiosas. Creían que estaban adorando a Dios. Creían que los ídolos en cuestión representaban a Dios. Esto es lo que les habían enseñado los sacerdotes. Y ellas estaban cumpliendo rigorosamente lo que les habían enseñado, confiando en que estaban agradando a Dios, el Dios de Israel. Ofrecían sacrificios, entregaban sus diezmos, presentaban su pan como una ofrenda de gratitud. Y sus ofrendas voluntarias. ¿Estaba Dios complacido con su culto? En absoluto. ¿Por qué no? Porque Dios no es un becerro de oro. No les había mandado a adorarlo en Betel, sino en Jerusalén. No había elegido a estos sacerdotes, y no los reconocía como tales. No quería pan con levadura. Y sus ofrendas voluntarias le repugnaban. Ellas no estaban adorando a Dios sino a sí mismas por su “consagrada espiritualidad”. Aquello fue un ejercicio de autocomplacencia e incitaba la ira de Dios.
 
Esto nos llama a parar y pensar en nuestro culto a Dios. En primer lugar, ¿va acompañado por una vida de santidad? ¿Atendemos a las necesidades de los pobres? ¿Cumplimos con aquella conducta que Dios espera de alguien que profesa fe en Él? ¿Cómo tratamos a los de nuestra casa? ¿Estamos disciplinando a nuestros hijos en los caminos del Señor? ¿Damos ejemplo en nuestro lugar de empleo? ¿Comemos para la gloria de Dios? ¿Dejamos que el materialismo nos controle? ¿Servimos a nuestros hermanos?  ¿Nos vestimos con modestia? ¿Estamos atadas a las pantallas? ¿Cómo gastamos nuestro dinero? Estas mujeres estaban engañadas y creían que complacían a Dios. Dios las había avisado por medio de su profeta. ¿Qué te ha dicho a ti?  

    

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