EL LIBRO DE AMÓS (10)

“¡Escucha, pueblo de Israel! Oye este canto fúnebre que entono: ¡La virgen Israel ha caído, nunca volverá a levantarse! Yace abandonada en el suelo y no hay quien la levante” (Amós 5:1, 2, NTV).
 
Lectura: Amós 5:3-15.
 
Una llamada al arrepentimiento:
 
¿Cómo es posible? ¿Israel no estaba acabado? ¿No estaba tan lejos de Dios que solo le quedaba esperar el juicio? Mientras que hay vida, hay esperanza. Dios no ha cancelado el día del juicio, pero ¡todavía queda tiempo para arrepentirse! Suena la voz de Dios, todavía esperando un cambio en su pueblo para que no tenga que aniquilarlo: “Vuelvan a buscar al Señor y vivirán!” (5:6). El amor y la paciencia del Señor nos conmueven. Pero Él no ha cambiado: “De lo contrario, él pasará por Israel como un fuego y los devorará completamente” (5:6). Ellos tampoco. Persisten en la idolatría: “Y sus dioses en Betel no serán capaces de apagar las llamas” (5:6). En un solo versículo hay una invitación a la salvación, una advertencia de las consecuencias si no aceptan la invitación, y una acusación de idolatría que los condena. 
 
El pecado de Israel:  
           
El pecado del pueblo de Dios fue la injusticia. La idolatría lleva a la injusticia de la misma manera que la fe en Dios lleva a la justicia, es decir, a una vida de justicia, de obediencia a su ley. Dios habla de la injusticia de Israel: “Ustedes tuercen la justicia y la convierten en trago amargo para el oprimido. Tratan al justo como basura” (5:7). “¡Cómo odian ustedes a los jueces honestos! ¡Cómo desprecian a los que dicen la verdad! Pisotean a los pobres, robándoles el grano con impuestos y rentas injustas” (5:10-11). Pues yo conozco la enorme cantidad de sus pecados y la profundidad de sus rebeliones. Ustedes oprimen a los buenos al aceptar sobornos y privan al pobre de la justicia en los tribunales” (5:12). Israel era el pueblo de Dios. Todo el mundo lo miraba como nación para ver cómo se llevaba a cabo la justicia en sus tribunales. ¡Y qué testimonio más malo daba! Esto daba mal testimonio al Dios de Israel. Por lo tanto, lo tuvo que castigar duramente, para que las otras naciones viesen que el Dios de Israel no tolera la injusticia. Lo mismo es cierto con la iglesia. Si sus miembros no llevan vidas de justicia, esta iglesia local dejará de existir.
 
Dios sigue llamando: “¡Hagan lo bueno y huyan del mal para que vivan! Entonces el Señor Dios de los Ejércitos Celestiales será su ayudador. Odien lo malo y amen lo bueno; conviertan sus tribunales en verdaderas cortes de justicia. Quizás el Señor Dios de los Ejércitos Celestiales todavía tenga compasión del remanente de su pueblo” (5:14, 15). Lo mismo es cierto de la iglesia. Si nosotros ponemos en disciplina a los miembros de nuestras congregaciones que viven vidas de injusticia, defendemos el Nombre de Dios, y evitamos que caiga la justicia de Dios sobre nosotros (1 Cor. 5:1-8; 6:1-11). Que así sea.      

  

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