JESÚS SABE CÓMO ES

“Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me decían todos los días: ¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42:3).
 
Lectura: Salmo 42:9-11.
 
El Señor Jesús en la encarnación asumió nuestra condición humana básicamente con dos finalidades: para identificarse con nuestra naturaleza, para ser uno de nosotros; y para poder morir, cosa que no pudo hacer en condición de Dios. Si Jesús hubiese venido a este mundo una semana antes de morir, habríamos perdido la revelación de su humanidad. No le habríamos visto en todas sus pruebas; no habríamos percibido su vida de oración, su relación con el Padre, su compasión por los desgraciados, ni cómo trataba a sus enemigos, sus relaciones familiares, su fe, su uso de las Escrituras, ni cómo enfrentaba el sufrimiento. Él es nuestro ejemplo en todas estas cosas. Y, además, como consecuencia, entiende todo lo que pasamos nosotros. En nuestras pruebas hemos de armarnos con el pensamiento que el Señor Jesús nos comprende, porque vivió situaciones parecidas: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:14-16).
 
Este himno habla del consuelo que recibimos de Jesús a causa de su identificación con nuestra humanidad:   
 
Alabanza a ti y adoración, bendito Jesús, Hijo de Dios,
quien, para servir a tu propia creación, asumiste nuestra carne y sangre.  
Concédeme que nunca me aleje de tu rebaño sagrado,
sino que con celo y santo fervor te siga, oh, bendito Salvador.
 
No dejes, Señor, que te abandone, aunque amargo dolor y conflicto encuentre en mi camino;
Que pueda caminar por toda la vida en amor ferviente por ti,
En todas mis tribulaciones que acuda a ti para ser consolado,
Al considerar tu nacimiento, tu muerte y pasión, hasta que vea tu completa salvación. Amén.
 
                                                                                   Thomas Hansen Kingo, 1634-1703
           

 

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