“Entonces respondió Job a Jehová, y dijo: He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca” (Job. 40:3-5).
Lectura: Job 40:1-8.
Job está abrumado. Ha entendido el conflicto terrible entre Dios y su rival. No sabe que él mismo es el campo de batalla en aquel conflicto. Dios habla con él como aliado. ¿Qué piensas, Job, acerca de este que contiende conmigo? El diablo es nuestro acusador, busca nuestras culpas, nos las quiere recordar, discute con Dios acerca de nuestra justicia y quiere ocupar el lugar de Dios. Pero como hemos visto, es ridículo entrar en conflicto con Dios porque Dios no traga las acusaciones del diablo en cuanto a nosotros, no puede ganar a Dios en la batalla, y aun si pudiese ganarla, no podría controlar las fuerzas de la naturaleza para mantener vivo este mundo. Ni siquiera puede cuidar de los animales. La vida y la muerte no están bajo su dominio. La luz y la oscuridad tampoco. Están fuera de su control la lluvia, la vegetación y el reino de los animales.
Dios pregunta a Job qué piensa de todo esto, y la verdad es que está más allá de lo que Job puede entender. Su mente no llega a entender las fuerzas cósmicas, y la guerra espiritual y se siente impotente y vil frente a la sabiduría, el conocimiento, la potencia y la superioridad de Dios. Pero también se siente sucio, vil, como Isaías en la presencia de un Dios tres veces santo: “Ay de mí! Que soy muerto, porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6: 5). Job rehúsa hablar: “He aquí que yo soy vil; ¿Qué te responderé? Pongo mi mano sobre mi boca”. Pero Dios no acepta la respuesta de Job. Dios está defendiendo a Job contra las acusaciones del enemigo y ahora Job se está identificando con la versión del enemigo en cuanto a él. Se ve como sin valor, vil, sin importancia (40:6-8). Si Dios nos ha justificado, ¿vamos a condenarnos a nosotros mismos? ¿Vamos a ponernos de parte del enemigo y decir que somos viles? ¿Negaremos la aceptación de Dios? ¿Vamos a negar la comunión con Dios porque creemos que no la merecemos? Si Dios nos ha justificado, ¿quiénes somos para condenarnos? “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Rom. 5:1, 2). Dios nos llama santos, apartados del mal. Job se ve vil, sucio, reprobado. Dios dice: “Invalidarás tú también mi juicio? O sea, Satanás ha invalidado mi juicio. ¿Harás tú lo mismo? ¿Me condenarás a mí para justificarte tú?” (Job 40:8). ¿Eres tú Dios, el Juez de toda la tierra? Esto es lo que Dios le está preguntando. ¿Tienes tú un brazo como el de Dios? ¿Y truenas con voz como la suya?” (40:9). Cuando nosotros nos condenamos, estamos pretendiendo ocupar el lugar de Dios. Selah.
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