“Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes, y mil asnas., y tuvo siete hijos y tres hijas. Llamó el nombre de la primera, Jemima, el de la segunda, Cesia, y el de la tercer, Keren-hapuc. No había mujeres tan hermosas como las hijas de Job en toda la tierra; y les dio su padre herencia entre sus hermanos” (Job 42:12-15).
Lectura: Job 42:12-17.
“Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero”. La vida de Job estaba claramente dividida en dos partes, un antes y un después. Y el después ratificó la autenticidad de la primera, la profundizó y la santificó aún más.
Job fue un hombre justo sin ningún problema cuando de repente todo cambió. Pasó por un periodo de pruebas intensas para ver si era porque su fe en Dios era interesada, o si su justicia era genuina. Después de pasar las peores cosas que pueden pasar al ser humano, mostró que su espiritualidad fue auténtica, que realmente amaba a Dios y lo temía de verdad, que su fe en Dios era real.
Las pruebas de Job iban aumentando. Perdió todos sus bienes materiales, perdió a sus hijos, perdió la salud, sus amigos le acusaron de ser falso, Dios apartó de él su presencia, y cayó en picado a una oscuridad satánica. Perder la sensación de la presencia de Dios significa que pierdes la paz, la confianza de ser amado por Dios, tu fuente de seguridad, la sensación de ser aceptado por Dios, de ser una persona valiosa, de tener propósito en la vida, la estabilidad, el respeto por ti mismo y tu dignidad como persona. Te sientes vil.
Caer a la oscuridad satánica significa que pierdes tu orientación. Olvidas todo lo que sabes de Dios, llegas a estar confundido y te sientes avergonzado de ti mismo por sus acusaciones. Quieres morir o deseas nunca haber nacido. En el caso del Señor Jesús en la cruz en aquella terrible oscuridad no nos es dada una revelación completa de todo lo que pasó interiormente, solo pinceladas, pero sabemos que no sucumbió al engaño del enemigo. Perdió la sensación de la presencia de Dios, porque Dios se apartó de él. Se sintió solo en el universo. Se sentía inhumano, tratado como un gusano. Llevando nuestro pecado llegó a estar como vil. Su corazón se rompió. Pero a pesar de todo, nunca dejó de orar y confiar en Dios. Murió encomendando su espíritu en manos del Padre para que lo guardase hasta el día de la resurrección.
La inquebrantable fe de Job está expresada en las palabras: “Aunque él me matare, confiaré en él” (Job 13:15). Y: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios: al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job. 19:25, 26).
El primer estado de Job fue feliz, pero el periodo de prueba fue sublime en cuanto a la revelación y al conocimiento de Dios que Job adquirió.
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