J. J. J. (1)

“Y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4).
 
Lectura: Is. 53:3-8.
 
¿Alguna vez te has preguntado por qué han sufrido tanto los siervos de Dios?
 
Y ¿por qué han considerado que este sufrimiento les ha venido de la mano de Dios? ¿Acertaron en su interpretación, o proyectaron sobre Dios aquello que vino directamente del enemigo? Vamos a contestar a estas preguntas mirando las vidas de tres siervos de Dios: Job, Jonás y Jesús, el siervo por excelencia.
 
JOB   
Job dijo: “Porque las saetas del Todopoderoso están en mí, cuyo veneno bebe mi espíritu; y terrores de Dios me combaten” (Job 6:4). Al Señor pregunta: “¿Para qué inquieres mi iniquidad, y buscas mi pecado, aunque tú sabes que no soy impío, y que no hay quien de tu mano me libre? Tus manos me hicieron y me formaron; ¿y luego te vuelves y me deshaces?” (10:6-8). Dice que es evidente que Dios es el responsable de su sufrimiento: “¿Qué cosa de todas estas no entiende que la mano de Jehová la hizo?” (12:9). El sufrimiento de Job vino con el permiso explícito de Dios. Aunque puso límites, fue Dios quien lo entregó a la mano de Satanás (Job 1:12; 2:6).
 
JONÁS                   
Refiriéndose a Dios, Jonás dijo: “Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí” (Jonás 2:3). Jonás atribuyó su experiencia en el mar a Dios. Eran las aguas de Dios las que lo rodeaban. Era Dios quien lo mandó a predicar a los enemigos de Israel; era Dios quien había traído la tormenta a su vida, y Dios estaba a punto de hacer realidad sus peores temores: “Ahora, oh, Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal” (Jonás 4:2). Si no hubiese sido por su amor a Dios, no le habría importado lo que le pasaba a Israel. Llevar a cabo los propósitos de Dios, a Jonás le estaba costando mucha angustia.  
 
JESÚS
Jesús es el ejemplo supremo de lo que estamos diciendo: “Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos” (Is. 50:5, 6). Fue la voluntad de Dios afligirlo: “Y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4). El resultado de su sufrimiento fue que la voluntad de Dios fue llevada a cabo y realizada, pero el coste al siervo fue total.
 
¿Podemos esperar lo mismo nosotros si somos siervos de Dios? ¿Esto es cómo Dios trata a sus siervos? Oswald Chambers dijo algo al efecto: que Dios nos está formando como hijos y no nos exime de ninguno de los requisitos de hijos, de la misma manera que no libró a su Hijo.

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