“Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes, y mil asnas, y tuvo siete hijos y tres hijas. Llamó el nombre de la primera, Jemima, el de la segunda, Cesia, y el de la tercera, Keren-hapuc. No había mujeres tan hermosas como las hijas de Job en toda la tierra; y les dio su padre herencia entre sus hermanos” (Job 42:12-15).
Lectura: Job 42:15.
Parece que la esposa de Job todavía estaba lo suficiente joven como para tener hijos para que el segundo grupo de hijos fueran hermanos de padre y madre del primero. ¡En tal caso esta señora habría tenido muchos partos! Lo que nos llama la atención es que Job no discriminaba entre hijos e hijas en cuanto a la herencia. Era justo en todo lo que hacía. Además, era más avanzado que muchos gobiernos modernos que sí hacen esta discriminación. Hoy día en que hay muchos conflictos en cuanto a la herencia, en la familia de Job no existía este problema. Sus hijos se llevaban bien y Job no tenía favoritismos.
La mujer de Job queda famosa en la historia por su célebre frase: “¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (2:9), dicha después de la pérdida de todos sus bienes y sus hijos, cuando su marido ya estaba enfermo. Se ve que no temía a Dios. Lo más probable es que creía que después de la muerte no había nada. No sabía que un día se tendría que presentar delante de Dios para dar cuentas por toda palabra que había dicho, incluyendo su maldición de Dios en su corazón. Celebramos que no arrastrase a su marido con su incredulidad.
Nos gustaría saber cómo reaccionó cuando Dios restauró las fortunas de Job. Desde luego, si hubiese seguido su propio consejo, ella no habría tenido una vida bendecida al lado de su marido por los 140 años adicionales que él vivió, ni habría disfrutado de su hermosa nueva familia. Lo que esperamos es que se diera cuenta de su incredulidad y que se arrepintiese para luego estar reunida con su marido y sus 20 hijos en el reino de Dios ya para siempre.
¡Qué hermoso para nosotros llegar al Cielo para conocer a los nuevos hijos e hijas que nuestro Padre ha hecho nacer después de nuestra partida!
Que nosotras, las esposas que profesamos fe en Dios, estemos a la altura de las pruebas que se nos presentan como matrimonio para que nuestra fe y confianza en Dios sea una fuente de ánimo y consuelo para nuestros maridos, y no un agravante de sus aflicciones. Que juntos podamos afrontar las pruebas, apoyándonos juntos en el Señor, agarrados firmemente a nuestro Dios por medio de la fe: “Cordón de tres dobleces no se rompe fácilmente” (Ec. 4:12).
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stgo. 1: 12).
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