UNA ALEGORÍA

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:13).
Lectura: Heb. 12:11.


Un niño y su padre salieron para pasar el día de pesca en un lago muy hermoso. Al niño le hacía mucha ilusión estar con su padre que era un médico muy importante, toda una eminencia. Salieron bien temprano y encontraron un lugar idóneo en la sombra, cerca de la orilla del lago. Nada más ponerse a pescar el padre recibió una llamada urgente. “Hijo, tengo que ausentarme, pero volveré pronto. Quédate aquí y no te muevas. Volveré pronto”. Y con esto se fue. Este niño siempre se portaba bien. Se quedó en aquel lugar sin moverse, incluso cuando unos niños lo invitaron a bañarse con ellos. Se molestaron con él por no ir con ellos, pero el niño se quedó quieto pescando y guardando los peces en un gran cubo que tenía.
Pasó un hombre mayor y reprendió al niño por estar allí solo. “Dónde está tu padre? ¿Tus padres saben que estás aquí? ¿Por qué no estás en casa donde debes estar?” Al oírlo hablar, vinieron otros mayores y dijeron entre sí: “Hay que ver. Un niño pequeño que piensa que puede estar aquí solito. Sus padres estarán buscándolo. Quizás debamos llamar a la policía”. En esto pasó el guardia del lago. “Oye, niño. ¿Tienes una licencia para pescar?” Y se rió de él: “¿No tienes padres?”.
Estos se fueron y el niño permaneció en su lugar esperando. Pasaron unas horas. Ya se había comido su bocadillo. Quedó el de su padre. Ya iba avanzando el día. Lo miró con un poco de hambre, pero no lo tocó. “Mi padre volverá”, dijo a sí mismo. “No se ha olvidado de mí”. En eso pasó un niño mayor con muy mala pinta. ¿De dónde has robado estos peces? Tú, renacuajo, no sabes pescar. ¿Qué? ¿No tienes amigos?  Y le da un empujón. ¿Dónde está tu padre? Se habrá olvidado de ti. Ja. Ja. ¿Sabes qué? Te voy a tirar al lago”.  Va a coger al niño cuando en este momento pasa la guardia. “Deja a este niño. ¿Oyes?”.  Y el gamberro se va.
El niño siente muy solo. Le vienen unos pensamientos tristes. “¿Dónde está mi padre? Dijo que volvería pronto”. Y una lágrima gorda se le escapa y corre por su mejilla.
¿El padre ha hecho bien en fiarse de este niño? ¿Le dio una prueba demasiado difícil para él? ¿Le dará un rapapolvo por haber llorado? ¿Lo acusara de poca paciencia? ¿Lo dejará sin explicación? ¿Lo tratará bruscamente y le dirá que nunca debería haberle sacado de paseo, que tiene demasiadas cosas que hacer como para dedicarle tiempo a él?
Pues la respuesta no se hace esperar. En este momento aparece el padre y coge a su hijo en brazos. “Estoy muy orgulloso de ti. Eres un campeón. Sabía que me podía fiar de ti. Me llamaron a una emergencia. Un niño estuvo en un accidente y le tuve que operar de vida o muerte. Todo el rato estaba pensando en ti. Le hemos podido salvar la vida. Ahora estoy contigo, hijo. ¡Cuántos peces has cogido! Vamos a hacer unas brasas y cenar tú y yo aquí en la playa”. Y el niño dijo: “¿Cuántos años tenía aquel chico?”

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