“Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes, y mil asnas, y tuvo siete hijos y tres hijas. Llamó el nombre de la primera, Jemima, el de la segunda, Cesia, y el de la tercera, Keren-hapuc. No había mujeres tan hermosas como las hijas de Job en toda la tierra; y les dio su padre herencia entre sus hermanos” (Job 42:12-15).
Lectura: Job 1:1-5.
Al principio de la historia de Job leemos que tenía siete hijos y tres hijas. Todos tuvieron una buena relación entre sí. Cuando los hijos hacían banquetes invitaban a sus hermanas también. Gozaban juntos de los buenos tiempos. Aconteció que dentro de los planes de Dios todos murieron. “Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno” (1:20-22). Job no entendía el propósito de Dios en su pérdida, pero creía que el propósito de Dios era bueno. Esto es conocer a Dios. Es comprender que Dios es incapaz de diseñar mal para nosotros sus hijos. El patriarca lo adoró por fe en aceptación de su voluntad.
El libro ya podría haber terminado allí. La respuesta de Job es la de un creyente auténtico. Dios pudo decir a Satanás con toda razón: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado del mal, que todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa?” (2:3). Había más en juego de lo que Job entendía. Cuando aceptamos la voluntad de Dios, aunque dolorosa, estamos dando testimonio a las huestes espirituales de maldad que el Dios contra el cual ellos se han rebelado es bueno en todo lo que hace, aunque nosotros no lo entendamos, y que ellos cometieron una gran insensatez al declarar guerra contra Él (Ap. 12:7).
Al final de libro de Job leemos que Job, después de ser sanado: “tuvo siete hijos y tres hijas” (42:13), el mismo número que tuvo antes (1:2). ¿Éstos podían ocupar el lugar de los que murieron? Pregunta a cualquier madre que ha perdido un hijo: si tiene otro después, ¿puede substituir al que perdió?; y dirá que no. ¿Así es cómo Dios consoló a Job? Job no estaría consolado hasta no ir a Cielo y estar reunido con sus veinte hijos. Lo que Dios nos tiene esperando en el Cielo tiene que ser tan de sobremanera maravilloso que más que compensa todo lo que hemos pasado aquí en la tierra. No podemos imaginar lo maravilloso que será. Dios no se queda corto. Si esta Creación es maravillosa, ¿cómo será la otra? Si las relaciones que sostenemos con nuestros seres queridos aquí son entrañables, ¿cómo no han de ser éstas en la nueva Creación? Job salió ganando con sus pérdidas.
Padre amado, danos la fe de Job, su temor a ti, su obediencia a ti, su respeto por ti, su sumisión a tu voluntad, su comprensión del carácter divino, y el espíritu de adoración ante tu voluntad que caracterizaba a Job. Amén.
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