¿A QUIÉN AMO MÁS?

“Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito; y un gran viento vino del lado del desierto y azotó las cuatro equinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para darte la noticia” (Job 1:18, 19).
 
Lectura: Job 1:13-20.
 
Ya que hemos terminado el libro de Job conviene parar para hacernos una de las preguntas que plantea la historia de Job: ¿Cuánto amo yo a Dios? Lo que el Señor nuestro Dios ha exigido de nosotros es que lo amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas (Deut 6:5, y Mat. 22:37-38). Esto es lo que significa tenerlo como nuestro Dios. Si hay algo que amamos más, esta cosa llega a ser nuestro dios. Es un ídolo. Así que me pregunto: ¿A Dios lo amo más que a los bienes materiales? Creo que la mayoría de nosotros podríamos contestar que sí. ¿Lo amo más que a la salud? Aquí algunos dudan. ¿Y lo amo más que a mis hijos? Esta es la pregunta difícil. Esta es la pregunta puesta delante de Job.
Jesús, tu amor sin límite para mí, ningún pensamiento puede alcanzar, ninguna lengua declarar:
Une mi agradecido corazón a Ti, y reina sin rival allí:
Tuyo enteramente, solo tuyo soy, Señor, prende mi corazón con tu amor.
 
Concédeme que nada en mi alma pueda morar, solamente tu puro amor;
Que tu amor me posea enteramente, mi gozo, mi tesoro, y mi corona:
Quita todos los ídolos de mi corazón; que todo acto, palabra y pensamiento sea amor.
 
¡Oh Amor!, ¡qué consolador es tu rayo! Todo dolor huye ante tu presencia,
Las preocupaciones, angustias, tristezas, se desvanecen, donde brillan tus rayos sanadores:
¡Oh Jesús!, que no mire nada, ni desee nada, ni busque nada, fuera de Ti.
 
                                                                                               Paul Gerhardt, 1607-76
 
Este himno nos recuerda al Salmo 73: “A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” Salmo 73:25). Job mostró que estos eran sus sentimientos por medio de su reacción ante sus pérdidas, y lo hizo en condiciones mucho más difíciles que las contempladas por este himno. Es verdad que el dolor huye ante la presencia del amor de Dios, pero Job no pudo experimentar este consuelo, porque Dios había escondido de él su presencia. En esto consistía su angustia. La pérdida de los hijos es una de las pruebas más duras que uno puede experimentar, y aún más dura, si estamos agarrados a ellos como posesiones nuestras. Job era muy consciente de que eran de Dios y no eran suyos: “El Señor dio, y el Señor quitó, sea el nombre del Señor bendito” (Job 1:21). Con esta actitud en cuanto a todo lo que tenemos, nuestras pruebas serán menos desgarradoras, porque sostendremos todo lo nuestro en una mano abierta para que Dios disponga de ello conforme a sus propósitos.  

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