LA VIDA DE SANTIDAD DE JOB

“Yo libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que carecía de ayudador. La bendición del que se iba a perder venía sobre mí, y al corazón de la viuda yo daba alegría. Me vestía de justicia, y ella me cubría; como manto y diadema era mi rectitud. Yo era ojos al ciego, y pies al cojo. A los menesterosos era padre, y de la causa que no entendía, me informaba con diligencia; y quebrantaba los colmillos del inicuo, y de sus dientes hacía soltar la presa” (Job. 29:12-17).
 
Lectura: Job 29:4.
 
Job está recordando su vida anterior, cuando todo le iba bien, pero no lo atribuye a la suerte, o a sí mismo, sino al favor de Dios que velaba sobre su tienda, “cuando aún estaba conmigo el Omnipotente” (29:5). Lo atribuye a Dios. No hay nada de orgullo en Job. Sabe que todo le iba bien porque la bendición de Dios descansaba sobre su casa.
 
Job describe la vida que llevaba. Gozaba del respeto de todo el pueblo debido a su rectitud. Defendía la causa de los marginados, los pobres, los indefensos, la causa de los que fueron explotados en la sociedad. Su vida fue una vida ejemplar. ¿Quién puede decir lo mismo de su propia vida? Job se dedicaba a ayudar a los que no tenían a nadie que velase por ellos. ¿A quién nos recuerda Job? La mayor parte del ministerio de Jesús fue dedicada a los marginados e indefensos, a los ciegos, cojos, viudas, leprosos, pobres, prostitutas y publicanos. Atendía a los desgraciados, al igual que Job. Antes de censurar a Job y buscar con lupa a ver si podemos encontrar algo incorrecto en todo lo que él llegó a decir, vamos a mirar nuestra propia vida para ver si estamos en condiciones de juzgar a un hombre mucho más justo que nosotros. 

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