“Pero ahora se ríen de mí los más jóvenes que yo, a cuyos padres yo desdeñara poner con los perros de mi ganado… He venido a ser hermano de chacales, y compañero de avestruces. Mi piel se ha ennegrecido y se me cae, y mis huesos arden de calor. Se ha cambiado mi arpa en luto, y mi flauta en voz de lamentaciones” (Job 30:1, 29-31).
Lectura: Job 30:16-23.
Job mira atrás y piensa en la vida que llevaba antes de ser afligido. No habla de banquetes con sus amigos, ni de su riqueza y prosperidad, sino de cómo disfrutaba ayudando a los menesterosos. Cuando hace referencia al prestigio que disfrutaba ante los ojos de su pueblo, no era por sus bienes materiales, sino por su compasión y ayuda hacia los pobres y necesitados. Job había ganado el respeto del pueblo por sus actos de misericordia, y ahora es despreciado. En esto también nos recuerda al Señor Jesús. La gente lo seguía y alababa por sus actos de compasión hacia los necesitados, pero cuando se entregó al sufrimiento, fue despreciado y desechado entre los hombres. Irónicamente es cuando más bien estaba haciendo para la humanidad, pero no lo veían. Job también en su sufrimiento estaba ejercitando un ministerio para los demás: nos estaba enseñando paciencia en el sufrimiento, cómo mantener nuestra integridad y confianza en Dios a pesar de todo lo que nos pase y del aparente abandono de Dios. El comportamiento de Job en sus horas de miseria nos enseña cómo funciona la fe en el horno de aflicción.
Cuando nosotros miramos atrás al pasado de nuestra vida, ¿qué es lo que más disfrutábamos? ¿La popularidad? ¿Las fiestas? ¿Diversiones? ¿El nivel de vida y prosperidad? ¿Los bienes materiales? ¿Las vacaciones? ¿O los ministerios que teníamos en la iglesia? ¿Las veces que podíamos ser de ayuda para la gente con problemas? ¿Las amistades cristianas? ¿Las comidas fraternales? ¿Las salidas al campo para disfrutar de la naturaleza o los paseos por el mar? ¿Las reuniones en la iglesia escuchando la exposición de la Palabra de Dios? ¿Campamentos? ¿Los tiempos a solas con Dios en su Palabra, recibiendo su luz y consuelo? ¿No fueron los más hermosos los tiempos cuando estábamos con tremenda aflicción y el Señor se nos acercaba y nos daba esperanza por medio de sus promesas, y las creíamos, a pesar de todo, sin evidencia alguna, y la paz de Dios inundaba nuestra alma?
¿Cuándo fue el tiempo más sublime en la vida de Abraham? ¿No fue cuando subía el monte Moriah con su hijo habiendo dicho a sus siervos: “Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” (Gen. 22: 5)? ¿Y cuándo fue el tiempo más sublime en la vida de Jesús? ¿No fue cuando dijo a los discípulos: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas, pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea” (Mat. 26:31, 32)? Y el tiempo más sublime en la vida de Job fue en medio de su aflicción cuando dijo: “Aunque me mate, en él esperaré” (Job 13:15).
Copyright © 2022 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.