LA PRUEBA DE JOB

“Respondió Job, y dijo, hoy también hablaré con amargura; porque es más grave mi llaga que mi gemido. ¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla. Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos. Yo sabría lo que él me respondiese, y entendería lo que dijera. ¿Contendería conmigo con grandeza de fuerza? No; antes él me atendería. Allí el justo razonaría con él; y yo escaparía para siempre de mi juez” (Job 23:1-7).
 
Lectura: Job 23:8-17.
 
En este capítulo tenemos la esencia de la prueba de Job: No puede hallar a Dios. No encuentra su trono. No sabe cómo presentarse delante del trono de Dios para recibir su aprobación y ser declarado inocente. Esta es la peor prueba que hay. Lo peor no es la pérdida de todos nuestros bienes, ni es la pérdida de nuestra salud; es la pérdida de Dios. Esta es la prueba que pasó el Señor Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de Día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo” (Salmo 22:1-2). Peor que el escarnio de la gente que rompió su corazón, y peor que el dolor físico que desgarró su cuerpo, peor que la humillación y la injusticia, peor que la crueldad y el sadismo del hombre, y el abandono de sus amigos, fue la desaparición de Dios. Se ausentó. Él que había vivido en total identificación con Dios, que era uno con el Padre, que lo tenía como su vida, su gozo y su motivo de existir, de repente, lo perdió. Jesús estaba solo en el universo.
 
Si tú alguna vez has perdido a Dios, siendo justo, deseándolo, entenderás un poco lo que Jesús tuvo que pasar. Es para volverte loco. Pero Jesús no se volvió loco, se aferró a Dios por medio de la fe y no lo soltó.
 
Job tampoco lo suelta. Soltarlo es descender al abismo.  
 
Si no tenemos a Dios, no tenemos nada. Dios se esconde, ¿Qué hacemos? ¿Lo buscamos, o pasamos de Él? Dios se escondió para saber cómo Job iba a reaccionar, y Job está reaccionando bien. Quiere presentar sus argumentos delante de Dios. Dios quiere que dialoguemos con Él. Quiere que le presentemos nuestros argumentos. Y Job sabe que Dios no va a despreciarlo, que reconocería con honestidad lo que le pasa. “¿Contendería conmigo con grandeza de fuerza? No; antes él me atendería”. Este es un concepto correcto de Dios, que el justo puede presentarse delante de Él, exponer su caso y ser oído y recibir respuesta.
 
Dios quiere que hablemos a Él, como con una persona inteligente. Hablar con Dios no es hablar con el aire, ni con la pared, ni con una figura impasible, sino con Uno que nos hizo a su imagen como seres capaces de razonar y expresarse, porque Él busca esta clase de diálogo con nosotros. Dios nos hizo para pensar que quiere que pensemos. Quiere que presentemos nuestras ideas delante de Él y que lo escuchemos: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperare” (Salmo 5:3). Esto lo hace Job. La espera es larga, pero sigue esperando. 

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