ELIÚ

“Cesaron estos tres varones de responder a Job, por cuanto él era justo en sus propios ojos” (Job 32:1).
 
Lectura: Job 32:2-10.
 
Job ha terminado el último discurso que va a dar, los tres amigos no tienen nada más que decir, y ahora va a hablar Eliú para dar su veredicto acerca de lo que le pasa a Job. No sabemos mucho acerca de este hombre, solo que no es amigo de Job, es un hombre joven y en aquella cultura no se admitía que un joven aleccionase a un hombre mayor, y también sabemos que estaba airado. ¡Lo dice tres veces! Estaba airado porque los tres amigos condenaron a Job, pero sin poder ganar el argumento. Sus razonamientos no convencían. Job no estaba convencido. Se mantenía en sus trece: que era un hombre íntegro y que su calamidad no tenía explicación alguna.
 
Eliú empieza insultando a los tres amigos: “No son sabios los de mucha edad, ni los ancianos entienden el derecho” (32:9). ¡Así que él mostrará su sabiduría! “Declararé yo también mi sabiduría” (32:10). Eliú se ve como una persona recta: “Mis razones declararán la rectitud de mi corazón” (32:3). ¿Cómo puede considerarse recto si no tiene respeto por el hombre más santo de la tierra? ¿Y si no muestra ni atisbo de misericordia o compasión? Esta es la rectitud de los fariseos en tiempos de Jesús (Mat. 9:11-11).
 
Eliú acusa falsamente a Job de justificarse a sí mismo más que a Dios: “Se encendió en ira contra Job; se encendió en ira por cuanto se justificaba a sí mismo más que a Dios” (32:2). El razonamiento de los tres amigos y el de Eliú era que solo hay dos posibilidades: o bien, Job es justo y Dios es injusto al castigarlo, o bien Job es un embustero y Dios es justo al castigarlo. Este razonamiento es falso. En primer lugar, Dios no está castigando a Job. En segundo lugar, hay más de dos posibilidades. Una tercera es que Job es justo y Dios también es justo y no sabemos por qué Job está sufriendo. Pero esto de reconocer que no sabemos es algo que nos cuesta. Queremos saber. Y si no sabemos, inventamos una explicación, y entonces erramos. Eliú pone palabras en la boca de Job que Job nunca dijo: “De cierto tú dijiste a oídos míos, y yo oí la voz de tus palabras que decían: Yo soy limpio y sin defecto; soy inocente, y no hay maldad en mí” (33:8, 9). Job dijo que su calamidad no vino a causa de su pecado, pero no dijo que era limpio sin defecto. Esto es lo que le pasó a Jesús en la cruz. Lo acusaron de decir que Él iba a derribar el templo y volver a edificarlo en tres días. Lo que dijo es que, si ellos lo derribasen, lo edificaría en tres días.
 
Eliú acusa a Job de contender con Dios: “Yo te responderé que mayor es Dios que el hombre. ¿Por qué contiendes contra él?” (33:12-13). Job no contiende contra Dios. Lo reverencia. Lo está buscando. Quiere oírlo. Job teme a Dios: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (1:8). En todo momento Job ha tratado a Dios con sumo respeto. Hacer preguntas a Dios no es faltarle respeto. Es entrar en diálogo con Él. 

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