EL DISEÑO DE DIOS (6)

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palaba, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casa a respetuosa. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:1, 2, 7).
 
Lectura: Tito 2:3-8.
 
Resumiendo lo que hemos dicho hasta ahora:
El matrimonio cristiano y la crianza de hijos son un desafío más grande que nunca. Como mujeres de Dios necesitamos conocer las Escrituras, meditar en ellas, y tener sabiduría para saber aplicarlas a nuestras vidas y en cada decisión que tomamos, porque la sociedad en que vivimos tiene valores muy diferentes. Está en contra de lo que enseña la Biblia acerca de la identidad de la mujer, el matrimonio cristiano, y la formación de nuestros hijos en los caminos del Señor. Nuestro hogar tiene que ser un modelo de cómo es Dios en que creemos y del Señor Jesús en un mundo que a grandes rasgos ha descartado el cristianismo como una reliquia del pasado. Tiene que ver que los preceptos de Dios son válidos para hoy, que su Palabra es sabia en todo lo que enseña y resulta en el bien del hombre, que realmente funciona y nos hace felices, y que nuestra familia es un botón de muestra de ello.
 
Somos embajadores extranjeros en el mundo al cual no pertenecemos, pues somos de otro Reino, y vivimos según los valores de nuestra patria, no los de este mundo: “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). El mundo no es nuestro hogar: “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17). Nosotros somos la luz de un mundo que está sumergido en la más densa oscuridad. Hemos de ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares den el mundo” (Fil 2:15).
 
Para ello, hemos de saber lo que creemos; estar despuestas a sufrir rechazo, burla y persecución; hemos de descubrir nuestra identidad en Cristo y nuestra misión en el mundo en la Palabra de Dios; hemos de ser modelos de Cristo, y, en este contexto, de su relación con el Padre en nuestro matrimonio, e imitar al Padre en la crianza de nuestros hijos. Nuestra vida familiar es un libro abierto leído por los que nos rodean que buscan luz en un mundo que no sabe en qué consiste su felicidad o dónde estriba su paz, que no distingue entre el bien y el mal, y sin darse cuenta, está buscando su propia destrucción. Y preguntamos: ¿Quién es suficiente para estas cosas? “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿Quién es suficiente?” (2 Cor. 15, 16).  Nuestra suficiencia procede de Dios.

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