EL DISEÑO DE DIOS (5)

“Con sabiduría se edifica la casa, y con prudencia se afirmará” (Prov. 24:3).
“La mujer sabía edifica su casa; mas la necia con sus manos la derriba” (Prov. 14:1).
 
Lectura: Ef. 5:25-33.
 
Para que funcione el matrimonio, la mujer, sobre todo, necesita la sabiduría y prudencia del Señor. Un matrimonio se edifica poco a poco, a través del tiempo, viviendo según el consejo de Dios en su Palabra. El matrimonio no es para que cada uno satisfaga sus necesidades utilizando al otro para hacerlo, sino para que cada uno satisfaga las necesidades del otro. Según el modelo del mundo, si yo no saco lo que quiero del matrimonio, me divorcio. Según Cristo, me entrego y me doy al otro: “El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro” (1 Cor. 7:3-5). Lo que la mujer más necesita es saberse amada y lo que el marido más necesita es saberse respetado: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Ver Ef. 5:33).
 
Hace poco salió la noticia de un hombre que fue infiel a su esposa, y ella le defendió diciendo que, aunque casados, cada uno es libre para hacer lo que le place con su cuerpo. El matrimonio cristiano es todo lo contario: absoluta fidelidad al otro toda la vida. Si una separación es aconsejable por motivos extremos, “si (la mujer) se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido” (1 Cor. 7:11).
 
Los hijos.
El concepto cristiano de la crianza de hijos choca frontalmente con el del mundo. Si Cristo sirve de modelo para el marido, Dios Padre serve de modelo en cómo criar a los hijos. ¡Quiere tenerlos! Y el matrimonio cristiano también desea tener hijos. (Gen. 1:28). Los padres son responsables por enseñarles, no el Estado: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, al acostarte, y cuando te levantes…” (Deut. 6:6, 7). “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6). La Biblia enseña que es deseable tener hijos, hay que enseñarlos, hay que formarlos y hay que disciplinarlos: “El hijo sabio recibe el consejo del padre; mas el burlador no escucha las reprensiones” (Prov. 13:1). “Pobreza y vergüenza tendrá el que menosprecia el consejo; mas el que guarda la corrección recibirá honra” (Prov. 13:18). “El que detiene al castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (13:24). Y esta corrección tiene que empezar ya en la más tierna infancia. “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre. Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Prov. 29:15, 17).
 
La madre necesita sabiduría para corregir correctamente a sus hijos y mucha disciplina propia en lo que dice al hacerlo: “El que refrena sus labios es prudente. Los labios del justo apacientan a muchos” (Prov. 10:19, 21).

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