“Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
Lectura: Rom. 14:12-17.
Seguimos hablando de cuatro cosas que tienen que estar bajo el señorío de Cristo en la vida de sus seguidores: el tiempo, el dinero, la diversión y la comida. Aunque muchos creyentes no se dan cuenta, la comida influye en nuestra vida espiritual.
Mi abuelo siempre decía: “Hay que salir de la mesa pensando: “Podría haber comido un poco más”. Un glotón es uno que come más de la cuenta. ¿Lo soy yo? ¿Qué me dice la báscula? El Señor Jesús no era gordo. “El que guarda la ley es hijo prudente, mas el que es compañero de glotones avergüenza a su padre” (Prov. 28:7). Hoy día la obesidad juvenil es un problema. ¿Cómo van mis hijos? Si tienen sobrepeso, he de plantearme cambiar todo mi sistema de alimentación por el amor que les tengo. Hay que ponerlo en oración.
Cuando voy al supermercado, no compro lo que me apetece, ni lo que quieren comer mis hijos, sino lo que nos conviene. Si ellos me acompañan, no pueden poner cosas en el carro de la compra. Que sepan de antemano que, si lloran pidiendo una cosa, no se lo voy a comprar. ¿Lleno el carro con patatas fritas, ganchitos, caramelos, helados, pastelitos, galletas y Coca cola? Nada de esto alimenta. Es para ponerlo en oración y preguntar al Señor cómo quiere que administre el dinero.
Nuestro comportamiento en estas cuatro áreas tiene una gran influencia en el carácter de nuestros hijos. Hay hogares cristianos en que los niños pasan horas con la playstation, el móvil, el televisor, donde los padres gastan mucho dinero en juguetes caros y en diversiones caras, donde les compran ropa de marca, donde ellos mismos deciden lo que van a comer y los padres les permiten todos los caprichos que quieren: caramelos, helados cada día, hogares en que los niños no se distinguen de los niños del mundo en su manera de vivir. ¿Cuál es el resultado en su carácter? Salen mimados, gordos, indisciplinados y egoístas. No están nada preparados para entregar sus vidas al Señor y sufrir los rigores de ser sus discípulos. La vida cristiana requiere disciplina y sacrificio. Un niño que llora porque quiere comer una galleta quince minutos antes de la comida y se la dan, en el día de mañana difícilmente va a ser un adolescente preparado para enfrentar las presiones de sus compañeros de conformarse a la manera de vivir del mundo. Si no ha aprendido a negar las demandas de la carne en cuanto a comida, ¿cómo lo va a hacer en cuanto al sexo?
La mentalidad del creyente en cuanto al tiempo, el dinero, la diversión y la comida es muy diferente que la del mundo, muy diferente. Las Escrituras son claras: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15).
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