EL DISEÑO DE DIOS (10)

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31).
 
Lectura:1 Cor. 10:23-31.
 
Continuamos hablando de cuatro cosas que tienen que estar llevadas correctamente, según las instrucciones de Dios, si le vamos a servir eficazmente: la administración del tiempo, el dinero, la diversión y la comida. Conozco a gente que no come verduras o fruta y les ha afectado la salud ya de por vida. Conozco a otros que se metieron en problemas de dinero, y esto les ha sacado de la obra. Hay pastores que por cuestiones de dinero han dejado a sus iglesias. Otras personas por falta de ejercicio, para tener más tiempo para servir al Señor, se han enfermado. Otros han usado toda la noche para conversar con unos y con otros por zoom, o por chats, no dejado tiempo para desayunar, han llegado tarde al trabajo, y finalmente han terminado en la calle. Todos estos son creyentes comprometidos, de sana doctrina, pero no de sana práctica.
 
La comida.
La Biblia tiene mucho que decir acerca de la comida. Vamos a verlo. “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17). Según esta regla de tres, ¡muchos que se creen creyentes no forman parte del reino de Dios! Si como tres veces al día, pero no vivo una vida de justicia (Job 31), si no doy buen testimonio en mi trabajo, ni en mi familia, si no tengo la paz de Dios en mi corazón, sino ansiedad, y si no conozco gozo en el Espíritu Santo, tengo un problema y debo buscar a Dios. La comida no llena. No satisface. Solo Dios lo hace. Cuando tengo ansiedad, si busco una barra de chocolate o me llevo algo a la boca, no llego a la raíz del problema. La comida nunca puede substituir la relación con Dios. El Señor Jesús se llenaba de hacer la voluntad de Dios. En una ocasión cuando los discípulos le decían: “Rabí, come, él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis… Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:31-34).
 
“Cuando te sientes a comer con algún señor, considera bien lo que está delante de ti, y pon cuchillo a tu garganta, si tienes gran apetito. No codicies sus manjares delicados, porque es pan engañoso” (Prov. 23:1-3). Lo mismo se puede aplicar en comidas fraternales. El propósito no es comer todo lo que podamos, sino el de disfrutar de las cosas del Señor juntos. No dejemos que la comida sea una distracción a nuestro propósito principal. Y en casa, lo importante es el ambiente que se produce a la hora de comer: “Mejor es la comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio” (Prov. 15:17). La comida no es para discutir con nuestros hijos acerca de la comida, o sus modales, sino para mostrarles amor. ¿Has preparado la comida con amor? ¿Los miembros de la familia se sienten amados al comerla?
 
Padre, tú abres tu mano y satisfaces el deseo de todo ser viviente. Que miremos más tu mano que a toda la abundancia que nos ofreces, y que veamos tu amor en la mano extendida hacia nosotros. Amén.

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