UNA RELACIÓN COMPLEJA (2)

“Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí” (Marcos 3:21).
Lectura: Marcos 3:31-35.

En otra ocasión, cuando Jesús estaba predicando y la gente pensaba que estaba o bien loco, o bien endemoniado (Marcos 3:21, 22), vinieron María y los hermanos de Jesús a buscarlo. Habría sido muy difícil para ella verlo despreciado. ¿Qué pasaba con el plan de Dios? ¿Vinieron para protegerlo? ¿Para llevarlo a casa? No se sabe. La gente que estaba sentada alrededor de Él le dijo: “Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan”, pero Jesús ni siquiera los atendió. Estaba haciendo la voluntad de su Padre. Él les respondió diciendo: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:31. 35). Estableció bien claro que María no era más madre suya que cualquier otra mujer mayor que hace la voluntad de Dios, que los lazos humanos no están por encima de los espirituales. Por tanto, María no le era más que otra mujer que obedecía a Dios, pero, bien comprendido, ¡el lugar que ocupamos todas las mujeres en el afecto del Señor es muy alto! 
La próxima vez que sale María en las Escrituras, ella está al pie de la cruz. No entendía lo que estaba pasando, ni por qué Jesús no se había sentado en el trono de David su padre, tal como el ángel de la anunciación le había dicho. ¿Cómo iba a reinar si estaba muerto? Más doloroso que su sufrimiento frente semejante espectáculo fue su zozobra al ver sus esperanzas destruidas juntamente con su hijo. “Cuando Jesús vio a su madre… le dijo: Mujer, he ahí tu hijo”. Después dijo a Juan: “He ahí tu madre” (Juan 19:26, 27). Estaba cortando la relación humana de madre e hijo y sustituyéndola por la espiritual. Está diciendo a María que ya no era su madre, sino la de Juan, y que Juan ahora iba a ocupar el lugar que Jesús había ocupado como hijo. Estaba cortando los lazos humanos para siempre. En el cielo María no iba a ser su madre, sino una mujer redimida por su sangre. La amaría con un amor entrañable por lo que significaba para él: una mujer clave en los propósitos de Dios, que había desempeñado su papel con fidelidad. María no será la madre de Dios en el cielo, sino que sería honrada como una preciosa sierva de Dios, fiel al Señor desde su juventud.

No tenemos constancia en las Escrituras de que Jesús apareciera a María después de la resurrección. La última vez que la vemos es como una entre muchos en el aposento alto en Jerusalén esperando la venida el Espíritu Santo: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1:14). Esta preciosa hermana nuestra formaba parte integral de la iglesia primitiva. ¡Celebramos la conversión de los hermanos de Jesús! Jesús ya estaba en el cielo, y ella está con la familia de la fe.

Para ella ha sido una trayectoria larga y muy difícil de comprender, un proceso de ir perdiendo a Jesús como hijo y ganándolo como Salvador y Dios. Ha sido una prueba larga de su fe, porque los caminos de Dios no son los nuestros. Pero su fe triunfó y floreció en la prueba, para la gloria de Dios. Ha quedado para siempre un hermoso ejemplo de la vida de fe por el cual damos gracias a Dios y bendecimos Su Nombre.

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