REIVINDICACIÓN AHORA

“Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados” (Salmo 34:5).
 
Lectura: Salmo 34:4-10.
 
Cuando ponemos nuestra confianza en Dios, no nos falla. Esto no significa que no morimos. Esteban confió en Dios y murió, pero no estaba confiando en que Dios lo librase de todo peligro, sino en que pudiese dar un testimonio fiel delante de la multitud que lo estaba condenando, y Dios le contestó y lo glorificó en su muerte, que fue como una revalidación de la muerte de Jesús. Lo que sí significa es que no quedamos como insensatos, como ilusos o tontos por haber puesto nuestra confianza en Dios. No seremos avergonzados delante de aquellos a los cuales hemos dado testimonio de que es sabio poner nuestra confianza en Dios.
 
Hay una especie de reivindicación que tiene que tomar lugar delante de los que nos están mirando. En el caso de Job, por ejemplo, si el libro hubiese terminado con Job muriendo en su miseria, pero coronado en el cielo por su fidelidad y fe en Dios, sus amigos habrían sacado la conclusión que ellos tenían razón. Job habría quedado como una persona mala que estaba siendo castigada por Dios por fingir ser justa. El diablo habría quedado satisfecho con su obra. Y nosotros habríamos pensado que él confió en Dios, pero que Dios no lo libró. Pero Dios lo sanó y restauró su fortuna delante de los ojos de todo el mundo para que quedase claro que Dios defiende la justicia de los justos.
 
Dios actúa para defender la reputación de los que confían en Él y también defiende su propio Nombre. Israel estaba en la mira de todas las naciones cuando fue conquistado por los babilonios. Dios quedó como un ídolo más, incapaz de defender a su pueblo contra el dios de Babilonia, Bel, que era más fuerte. Dice: “Pero he tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron… Santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones… y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país” (Ez. 36:21-24). Cuando Israel volvió a su propia tierra, las naciones vieron la justicia, el poder y la superioridad de su Dios claramente manifestados.
 
En el caso del Señor Jesús, si hubiese muerto confiando en Dios y después hubiese resucitado dentro de la tumba y ascendido directamente al cielo desde la tumba sin que nadie lo viese, habría recibido honores en el cielo, pero en la tierra habría quedado como visionario irrealista, como fanático religioso, como persona que no tuvo la aprobación de Dios. Jesús dijo proféticamente: “Mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios” (Is. 49:4), y Dios defendió su causa. Lo resucitó delante de los ojos de todo el mundo y lo reivindicó aquí en la tierra. Mostró que su confianza en Dios no estaba mal puesta, que Dios defiende a los suyos y que los reivindica. Jesús es el ejemplo supremo de la persona que miró a Dios y su rostro fue alumbrado y no fue avergonzado (Sal. 34:5). Y Dios sabe hacer lo mismo para cada uno de sus hijos que confían en Él. Hace resaltar nuestra justicia delante de los que nos están mirando para ver si la confianza en Dios funciona.

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