“Por tanto, nosotros también teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciendo la carrera que tenemos por delante, puesto los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Jeb. 12:1, 2).
Lectura: Heb. 12: 1-1-3.
Hemos meditado en la preparación que tuvo el Señor previo, durante muchos años, para poder soportar la cruz, y si nosotros vamos a llevar a cabo la obra que el Señor tiene para nosotros, y llevar nuestra cruz fielmente, necesitamos la misma clase de preparación. También tenemos que aprender a ser obedientes, estar libre de la opinión de la gente, tener nuestra voluntad sometida a la del Padre, tener el cuerpo, nuestro descanso, y el apetito bien disciplinados; y debemos tener una fe muy fuerte, inquebrantable, en Dios, en su Palabra y sus promesas, y en su carácter.
“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8, 9). Jesús que ya era perfecto, fue perfeccionado para su ministerio como Sumo Sacerdote por su obediencia, y es el Salvador de los que le obedecen: vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”. El obedeció al Padre y nosotros le tenemos que obedecer a él. No es el Salvador de los que no le obedecen.
El Señor Jesús pasó tres años formando a sus discípulos en esta misma materia. Ellos tuvieron que aprender a obedecerle a él, obedecer la voluntad de Dios como viene revelado en las Escrituras, y someterse a la voluntad permisiva del Padre en sus vidas, aun cuando no apetecía y cuando era difícil, y cuando costaba todo. Nuestro espíritu está dispuesto, pero la carne lucha contra el espíritu. Hemos de aprender a someterla a lo que Dios quiere.
Como sus discípulos, tenemos que aprender a controlar nuestro descanso, y esto incluye nuestro ocio. La espiritualidad no es a ratos, sino todo el día, todo el tiempo. El ocio del discípulo está de acuerdo con su vida espiritual, no un paréntesis en ella para dedicarnos a nuestro placer. El descanso del Señor fue interrumpido muchas veces, pero lo aceptó, y se sometía a lo que el Padre mandaba (Marcos 6:31-34). Nosotros hemos de dejar que Dios interrumpa nuestra programación cuando Él quiera.
La comida del discípulo forma una parte íntegra de su vida espiritual. Como decía mi abuelo: “Siempre hemos de levantar de la mesa pensando: “Podría haber comido un poco más”. Con la abundancia que disfrutamos hoy día es complicado ser disciplinado con la comida. Hemos de luchar para que sea sana, equilibrada, económica, atractiva, nutritiva y que no nos engorde. Esto requiere disciplinar a los niños para que no nos pidan dulces, caramelos, y todo lo que se llama “comida basura”. Jesús comía para vivir, no vivía para comer. La comida fuera de orden en la vida del discípulo del Señor afecta su apariencia, su salud y sus posibilidades de ministerio.
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