¿CÓMO SE PREPARÓ JESÚS PARA LA CRUZ? (1)

“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8, 9).
 
Lectura: Heb. 5:7-10.
 
En un sentido toda la vida era una preparación para la cruz. Sin ella no habría sido posible. El Señor Jesús empezó la vida sufriendo el rechazo social, por haber sido concebido fuera del matrimonio, como la gente pensaba, por ser pobre y proceder de la despreciada Galilea, y por no haber sido formado por los fariseos, ni pertenecer a una secta socialmente respetada. Desde niño aprendió a no depender de la opinión de la gente.
 
El Señor Jesús aprendió la obediencia en casa. Ya con doce años mostró la autodisciplina necesaria para dejar a un lado lo que él quería hacer y someterse voluntariamente a sus padres. Esto le ayudó a someterse a su Padre en lo que no le apetece a nadie: “Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fue rebelde, ni me volví atrás. Di me cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí me rostro de injurias y de esputos” (Is. 50:5, 6). El Señor sometió su voluntad a la del Padre mucho antes de la cruz.
 
Tenía su cuerpo disciplinado también. No dormía cuando le apetecía dormir. Su cuerpo no lo controlaba. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35). Les mandó a sus discípulos a orar para no caer en tentación: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mat. 26:41). Sabía que hay un conflicto entre el espíritu y la carne. Él ya tenía dominada la carne, pero los discípulos todavía no.
 
Tenía su apetito para comer bien disciplinado. No comía cuando quería, sino cuando convenía: “Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. Él les dijo Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis… Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:31-34). “Él les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco, porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer” (Marcos 6:31).
 
Su fe estaba bien fundada en la Palabra de Dios, inconmovible: “Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto, no me avergoncé; por esto puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado. Cercano está de mí el que me salva. He aquí que Jehová el Señor me ayudará” (Is. 50:7-9). El Señor pasó 30 años estudiando y meditando en las Escrituras. Su fe no estaba en su capacidad de vencer todos los obstáculos, sino en Dios solamente. Esta es la diferencia entre él y Pedro. La fe de Pedro estaba en sí mismo, y le falló.
 
“Por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:2).

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