“En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba” (Hechos 1:1).
Lectura: Hechos 1:1-5.
Tenemos que descubrir cómo vivir en este mundo tal como es ahora. Esta es nuestra responsabilidad y requiere mucha meditación en la Palabra y mucha oración, o viviremos despistados y desorientados y no llegaremos a ninguna parte en la vida. Jesús es nuestro ejemplo. Descubrió su propia identidad y en qué consistía su ministerio, por medio de su meditación en la Palabra y por mediación del Espíritu Santo, confirmado por ángeles y ratificado por la voz del Padre. Nosotros igualmente tenemos el Espíritu Santo y la Palabra. Jesús no fue un robot preprogramado. Su cerebro no fue un ordenador programado en el cielo. Fue un hombre como nosotros quien buscó a Dios en oración y meditación en su Palabra. Llegó a comprender que Él era el Hijo de Dios y que tuvo que morir y resucitar y ascender al cielo y enviar el Espíritu Santo, y que el Espíritu Santo y los discípulos que había formado terminarían la obra que Él había comenzado. Ellos edificarían la iglesia y extenderían el reino de Dios a todo el mundo y luego Él volvería y entregaría el reino al Padre.
Jesús y el Espíritu Santo trabajan en conjunto. Jesús comenzó nuestra salvación y el Espíritu Santo la cumple. Jesús murió para conseguir el perdón de nuestros pecados. El Espíritu Santo nos regenera. Sin ser regenerado, nadie va a Cielo. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Rom. 8:9). “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Después el Espíritu Santo hace la obra de santificación en nosotros. “Sin la santidad nadie verá al Señor” (Heb. 12:14). La obra de santificación estará completa cuando veamos al Señor: “sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 John 3:2). El Espíritu Santo es nuestra conexión con Dios aquí en la tierra. Nos guía, nos conduce por el camino de la vida, marcando por dónde tenemos que ir. Nos ayuda en la oración. Nos convence de pecado. Nos restaura a la comunión con Dios. Nos abre las Escrituras. Nos revela a Jesús y pone amor por Él en nuestros corazones. Nos une a los demás cristianos. Derrama el amor de Dios en nuestros corazones. Es nuestro compañero constante e imprescindible. Nos acompaña al cielo y nos entregará a Cristo cuando Él vuelva. Entonces estaremos para siempre con el Señor (1 Tes. 4:17).
En nuestra salvación, la obra que Cristo realizó en la cruz es llevado a término por el Espíritu Santo: nos regenera y nos santifica. El libro de Hechos sigue el mismo patrón: donde los evangelios terminan, el Espíritu Santo continúa. Jesús formó a los discípulos, murió por nuestros pecados, resucitó y ascendió al cielo y mandó el Espíritu Santo quien regeneró a los apóstoles y los usó para evangelizar el mundo, formar la Iglesia de Cristo, y extender el reino de Dios. Ahora el Espíritu y la Iglesia juntos dicen, “Ven, Señor Jesús” (Ap. 22:17).
Copyright © 2022 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.